22 de diciembre de 2011

NO SÓLO EN LOS AUTOBUSES


Recientemente hemos leído la noticia de la joven israelí que se negó a sentarse en la última fila de un autobús para que los judíos integristas no tomaran asiento detrás de una mujer. Como se diría aquí, lejos de autobuses y paradas de tren, más papistas que el papa.
Pero me digo yo que, igual que el santo cuanto más lejano más alta su peana, quizás nos llevemos a escándalo ante estas circunstancias y no ante las que nos suceden casi debajo de los párpados. Veamos, entra hace siglos una reina en una cartuja y los cartujos, para no pecar, arrancan todas las baldosas que pisó su planta azul. Quizás el vaho o el retorcido imaginar de un sexo al vuelo sobre los baldosines lo hiciera necesario… mas he aquí que no mucho hemos adelantado, de lo contrario díganme cuántas mujeres no camufladas han podido llegar hasta determinados enclaves de unos monumentos que, por pertenecer a cada nación, tenemos derecho a visitar. Cuántas mujeres podemos entrar libremente a una mezquita y ocupar el puesto que nos apetezca en ella. Cuántas mujeres pueden oficiar ritos en nuestra digna de estudio religión. Y llevados a lo que debiera ser menos integrista por más culto, más directo y tan alto, quizás, en el misterio, cuántas mujeres figuran por pleno derecho en las antologías mixtas, donde hay hombres que solamente por poder están ocupando los puestos principales. ¿Acaso la literatura es un bus, rumbo a un dispar integrismo, y todavía existen personajillos, plagiarios incluso algunas veces, que sacan sus peludas piernecillas zancadilleantes y hasta piensan que únicamente estando a su servicio el mejillón humano es llave para concederle a cualquier mujer el derecho a sentarse en una de sus páginas?
Habrá que emular a Rosa Parks y a Tanya Ronseblit, también en este macrobús de la palabra.