30 de junio de 2011

FLORINDA Y SU PEONZA


Florinda era una chica de pueblo que deseaba tener una peonza. La peonza es algo que se deja lanzar y gira y gira y gira, como en una canción best-seller, en torno de la cuerda que, aparentemente, le va dejando libertad. Luego, llega la mano que la recoge de nuevo y la manipula a su antojo. La joven, calculaba el movimiento exacto en torno al que todo debía bailar para conseguir ser la reina del baile, la más famosa joven de provincias dentro de aquel tejemaneje de cuerda y de madera. Si había madera, evidentemente, y no era plástico lo que daba la forma a su juguete. La dulce Flor, la parloteante flor, la inculta floración que solamente acudía a posar ante cualquier objetivo, la dueña exhaustiva de aquella tragicómica peonza que, presa de atávico pavor, giraba en desmesura, no cesaba en sus números.
Yo conocí a Florita, no era frágil ni de sus pechos siempre manaba leche y miel. Bien guarnecida, casi caballar, dicharachera a ratos, relinchante otros, con deje afroasiático, como de estar mojando pan con vino, manejaba de acá para allá sus ilusiones y sus fatídicos despechos. La pobre peonza, de material cansino, barriobajero, pajiza en determinadas situaciones, despintándose ya sus rayitas de origen y sin marca, qué podía hacer sino permanecer en el enorme bolsillo del babero de aquella colegiala sin colegio y esperar el recreo y los fines de semana para saberse acariciada por la mano esponjosa y durísima de su dueña y señora.
Lori, deseaba llamarse, como hija de clan reconocido. Lori la del ropero de caridad. Lori la del estrado del deportivo. Lori la del descapotable. Lori la del segundo A de la finca mayor. Lori, continuamente Lori en manifestaciones, discursos, eventos, prensa, micrófonos y abadías.
Yo conocí a esa Lori, cuando dejó de ser Florinda Pérez para escribir en sus tarjetas de visita Lory P. de Monreal. Florinda Pérez de su pueblo, de su ciudad natal, que era como un pueblo, del garaje de debajo de los hijos de Micaela y de Damián que siempre habían sido porteros del billar de Monreal y, a turnos, cuidadores de la vieja señora Lupi la de Cornejo. Yo viajé incluso con esa Lori. A Lori le encantaba viajar con cupos del Hotel Caimán y de la red de aeronaves La Vencida. Era chic, todo era new wave en su lucrada presencia. Lory, la del mechón rojizo. Lory la de los pantalones pirata y la camiseta de “Reybook”. Cómo iba a ser menos.
Siempre me dije que esa chica llegaría a escribir. Siempre me apostillé que esa muchacha tenía cierto aire emblecarismediático, la dosis justa que se precisa hoy para alienar a esta sociedad mediocre en que vivimos. Me enorgullezco de poseer una visión tan preclara de futuro. Hoy, al fin, apareció en el mercado el primer tocho. Firmado por Lory P. pero ya no Lori ni Flori ni Florinda sino Lory y ni siquiera de Monreal sino de Massachusetts, redondamente Lory P. de Massachusetts –la P. al menos la había conservado, como la parte más profunda de su gramática personalidad-, ha venido a completar uno de los escaparates de la famosa librería monrealense “La pava acuática”, el volumen número uno de “Cantinelas de Abril y Mayo y otros meses”. Amenaza el tema con perseguirnos, cómo no, en mayúscula, en Enero y en Febrero y en Marzo o por doquier. No podía ser menos, su familia siempre fue así, dijeron otras voces, si uno tiene, ella, ha de tener más. El prólogo, qué pena que una peonza no sepa escribir, lo firma el que bailaba en ella. Tengan éxito.


28 de junio de 2011

LA LEY DE LA ESCALERA



Este país no es el de la lista de Schlinder sino un país vulgar aficionado al tráfico de escalera. Unos suben mientras otros bajan y así con esa afición tan taurina y pelotera vamos hundiendo nuestra realidad y nuestra moral. Auténticas procesiones, pasos que se entrecruzan, unos que van perdiendo lo poco que les quedaba de su angosta miseria y otros que no declaran nada. Ahora zutanito, como es alcalde, se subirá el taitantos y menganita, como es política, no hará sus cuentecillas anuales, pero Perico, como vive en el cuarto de una ciudad sin ley, donde reina el griterío diario, suena la música de timbales y panderetas o de rap constantemente, la vecina sale a regar las aceras en bañador y nos despertamos con una catedral colonizada por la política de turno, amén de los ensayos, para un año después, de cofradías y demás espectáculos, se ahogará, no sólo entre la ardiente bruma veraniega sino entre cifras que jamás darán un gradiente sobre cero.
Un país de opereta, dijeron algunos, un país de miseria, apostillaron otros. Zapatero a tus descuidos, podríamos decir y el futuro qué nos deparará. ¿Retornará el derecho de pernada, si es que se abolió?, porque de ese deber de unos se sabe en términos literarios, en temas literarios, en realidades literarias. Es que somos esclavos; vasallos perennes de la ignominia, nos esforzamos en convertir todo lo que tocamos en cómic, en parodia, en reality show, como nuestra lengua, cada día más mestiza, en ripio, en asco.
Así, hora tras hora, las tiendas abren, se cierran, las calles se llenan, se vacían, los precios suben y las pensiones se congelan, con intención en algún lado de bajar. Pero siempre podemos llegar a ser alcaldes, a capitanear una lista electoral u obtener algún puesto fijo, sirviendo, si es que desde ahí se sirve, a quien debiera servirnos en vez de dominarnos. Siempre podemos llegar de fuera y gozar de privilegios que el de dentro no tiene, siempre podemos afiliarnos a algún lobby de poder, aunque normalmente hay virtudes que nos manifiestan a grito pelado su incompatibilidad con las alcaldías, su incredulidad hacia las listas, su movilidad frente a la displicente quietud del funcionariado y su mirada polar y no podemos salir para entrar de nuevo ni, por pertenecer, nos perteneceríamos ya a nosotros mismos, de no ser que lo único que nos aferra a la realidad es el sueño, el deseo, que diría Cernuda.
Nos dejarán desnudos, si es que nos dejan de algún modo y no inventan algo que me viene rozando las orejas hace tiempo. Algo que mermará la especie el día en que el dios global nos enseñe en su bolsa que somos demasiados. Es tan fácil hacerlo. Sólo se necesita trepar hasta el último peldaño y dar la voz. Ni siquiera hace falta tocar algún botón, los botones no saben de rostros ni de títulos.

22 de junio de 2011

AMAR AL DE MANAGUA MIENTRAS APUÑALAS A TU VECINO


No forma parte esto de ningún mandamiento, pero es una de las realidades no decretadas más frecuentes. Elementos que se adhieren a cualquier movimiento con tal de salir en las fotografías y son capaces, a su vez, de desear hundir al vecino del cuarto, aunque no de conseguirlo siempre. Crea asombro, mucho asombro, ver cómo se colocan las insignias y acuden a aquelarres sin necesidad siquiera de escoba. Y la vida es así, claro está que, a quien la musa no le dio pañuelo, tenga que conformarse con inventar mentiras. Lo malo es que la gente se las cree; pesa más hoy en día la aparición de un caradura en cualquier estafeta de caridad que la verdad sencilla, claro está que el susodicho o, dígase susodicha, se adherirá a cualquier injustificante con tal de justificarse.
Señores, hace falta cultura y hace falta ética y hace falta dignidad y hacen falta también, por qué no, un par de narices para enfrentarse a la mentira y decir, claramente, no. Se escuchan y se leen quejas sobre lo que cuesta esto o lo otro, sobre todo lo que mantenemos sin desearlo ni ser de justicia que se mantenga, sobre lo que unos u otros derrochan a nuestro cargo, pero nadie se atreve a manifestarse seriamente contra las miles de contradicciones que nos rigen. No me refiero a la queja en boga actual de nuestra juventud sino a montones de otras que, en vez de gritarlas, vamos guardando día a día en el cajón de nuestra indiferencia. Casi todo está mal, no están mal solamente el estado o la iglesia, estamos mal nosotros y estamos mal porque nos hemos ido dejando colgar, palmo a palmo, la yunta. Y, en parte lo hemos consentido porque, cuando en la historia ha habido alguien, dígasele Jesús o Martin Lutero King o Ghandi o Guevara… que ha puesto su verdad en claro, siempre se ha encontrado el modo de oscurecerlo a la mayor rapidez. Siempre están las armas más primitivas al día para lograr el silencio y también las más derivadas. Somos una sociedad herida de muerte y una de nuestras enfermedades podríamos llamarla el síndrome de “JS Gaviota”. Persona que vale, patada y balón fuera, no se nos vea el plumero de la imbecilidad o de la inutilidad o de la incapacidad y las múltiples dades que se puedan dar.
Pero no nos desviemos, yo me pregunto, qué pinta en una manifestación por la paz o contra la violencia –no me adhiero a su apellido, porque las hay y bien gordas en todos los géneros y subgéneros posibles, hasta en los más diminutos y microscópicos animales- o contra la plaga de la araña o a favor de la ayuda a Irán o a Managua o a San Sebastián de la Comedia, una persona incapaz de compartir con los de al lado, incapaz de confesarse la verdad, incapaz de dejar que los otros sean felices, por envidia. No sé, pero me la imagino cargada de lazadas, de medallas, de rúbricas, de palabras que hoy dicen sí y mañana reniegan de sus propios vocabularios, en fin, como cuando yo antes criaba aficionadamente gatos persas y los llevaba a alguna exposición, con el pelito bien atusado, la cara bien lavada y en espera del necesario galardón y la fotito de turno. No, señores, ya no es tiempo de andar por las traviesas y dejarnos pisar por fanfarrones. Se ha de imponer la verdad o cualquier día, y será tarde, veremos a alguno de esos personajes encabezando, con su sonrisa de comadreja, cualquiera de las listas que pretendan gobierno y los más inocentes y los más pervertidos lo votarán y no podremos bajar a su nivel de falsedad y sonreír o al de su ruindad para intentar borrarlo del entorno.

20 de junio de 2011

NO SOMOS CINCO O SEIS

Ayer, en mi ciudad, salimos muchos a la calle, pero no suficientes todavía. Todo necesita urgentemente un cambio, un buen lavado con centrifugado de política y de leyes. Banqueros, alcaldes, empresarios, precisan ser lavados de inmediato con un detergente de esos que neutralizan todo. Demasiadas bacterias acuden a comer mientras la ropa se va pudriendo sola.
Y no sólo de pan vive el que asiste a un festín no global, también vive perfectamente de marisco, de vinos, de egoísmo y de adorar a la fiera única que antaño se llamaba dólar y, casi casi, podríamos decir que ha llegado a denominarse euro.
Realmente curioso el desfile de ayer, un pasacalle al que restarán número y valía y en el que mucho asombraba ver a algunos que, habiéndose alimentado del ente que critican u obrado a su modo, parecen intentar que, en caso de cambio, también les alimente el otro.
Una hilera larguísima de personas, infinitamente superior a los desfiles por la paz o a las procesiones, fue llenando las calles. Nunca vi más reporteros filmando rostro y pies de los que estamos hartos de tanta incongruencia. Periodistas desconocidos unos, aficionados otros, algún que otro de los que venden a sus amos hasta el derecho invendible de sus fotografías, todos con el ojo de la cámara abierto, porque esto de quejarse del gobierno es algo que sucede por primera vez en masa, desde hace muchos años. Algo que, en el momento actual hacía mucha falta.
Cuando el euro, el dólar, lo que antes se llamó la pela, se monta sobre la espalda de los hombres y los doblega, juega con ellos a través de los múltiples orificios de unas leyes que no coinciden siempre -porque hay leyes de andar por los juzgados y leyes de andar por otros establecimientos monetarios que no sólo causan conclusiones ajenas a las de caminar por la ética sino que se dan de bofetadas las unas a las otras- no queda más remedio que poner el grito en el aire. Nunca comprenderé que algo que sirva para justificar la entrada en un juzgado no sea útil para comparecer ante determinadas dependencias dimanantes del ayuntamiento local. En fin, el que hace la cuerda sabrá cómo se desanuda el nudo.
Demasiada política en todos los estamentos, demasiados bolsillos en la sombra, demasiada fanfarria, demasiadas siglas, demasiadas frases hechas para ir deshaciendo la conciencia, la esperanza, la fe. Todo un batiburrillo de leyendas, especie, al fin, de propagandas, como si se apoyara eso de tome leche caucásica, la de más calcio o circule con la camiseta del terror, la más chic. Propagandas y leches y fastidios, para acabar peor que en una tiranía o en la descaradísima usura que ninguna ley persigue o en la imbecilización del televidente o en un trístisimo ensalzamiento de la vulgaridad, la mediocridad o la fracción alienante de un balón. Todo para echar fuera de sentencia las enormes pelotas de una inadmisible sociedad que nos viene pesando y forma parte ya del inaceptable envenenamiento de nuestros derechos más legítimos.

19 de junio de 2011

LA CORTE DE LOS MILAGROS

Me suelo preguntar qué sucede cuando en algún concurso, en alguna fundación, en cualquier rincón del planeta, en todas partes, vemos la injusticia literaria en pie, como si fuera acaso una mujer airada de esas de películas de otros mundos. Con su terrible capa negra, ella lleva ya escritos los nombres de unos cuantos, los seudónimos de una sarta de mediocres que sirven para esto o para aquello, llegando a ser reyezuelos perennes de Taifas.
Así pues, vemos revistas, por ejemplo, capitaneadas siempre por los mismos engendros literarios, fíjense en el apellido, he dicho claramente literarios, de sus vidas comunes nada digo. Personajes que quizás aprendieron a hacer la o con un canuto dentro de la literatura. Y así sucede y una se cuestiona si nadie más en toda una provincia o saliendo de ella, si hace falta, alcanza los centiles necesarios como para cambiar al menos la fatídica lista que nos huele a dedo mal metido.
También sucede eso en los concursos y, con la hiel abierta, notamos que existen superbodrios con más poder aún que los más iniciados poetas de la historia. ¿Se han preguntado, acaso, qué pasaría si volviera hoy en día Federico o regresara Alejandra Pizarnik u Olga Orozco mandara sus papeles a cualquier concursete de España? Pues miren mi apuesta, seguramente ese que avisa o practica el consabido toma y daca o los compra, ganaría por encima de ellos. Y ahí viene el puñal a derramar preguntas y preguntas. ¿Es que no vale la calidad? ¿Es que no se sabe ya qué es literatura? ¿Es que la mierda nos llega hasta el cuello y habremos de manifestarnos como irritados de la palabra –por aquello de no plagiar la indignación o hacerla todavía más grande-? ¿Es que no se jubilan los jurados? ¿Que no alcanzan mayoría de edad mental suficiente como para bajar ya del escenario algunos? Así, así, llenaríamos páginas y páginas, sin remedio, sin remedo, porque la cobardía es mucha en pro de mantener las boquitas abiertas por si, en un presente próximo o en un futuro igual, cae la rosca dentro de alguna de ellas o puede hacerse incluso de donut –ustedes ya me entienden-.
Ah, cuán eterna se nos hace la frase Escribir en España es llorar, la sentencia. Cuán perdurable el robo, el instinto lazarillesco de unos trovadores que pretenden la gloria, el celestineo de tantos camellos de tóxicos literarios, la terrible Iliada de la mentira, la expandida Odisea de unos textos banales. Y esta memoria en chufla de la historia jamás se convierte en sujeto de opinión generalizada, no es tema de debate serio, porque las cosas del único dios global, llámese euro o dólar –hasta que este pase de nuevo al primer puesto-, no deben discutirse. Ante el dinero todo lo sucio se convierte en limpio y la mentira histórica va engordando sus filas y sus claustros.

14 de junio de 2011

VEO, VEO. ¿QUÉ ES?


Qué es la literatura. Qué es la poesía y qué poesía está bien o mal escrita, nos preguntamos a menudo. El canon de belleza va cambiando en el transcurso de los tiempos, ha ido mutando diría, y nos encontramos en un punto en el que nada tienen que ver con ella las acertadas metáforas o las aliteraciones espléndidamente utilizadas, por nombrar algunos de los recursos de la lírica. No señores, no sean tan utópicos. Ganar un premio está más relacionado con una operación de pecho que con que la palabra salga de lo más hondo del mismo. Hágase cliente de una casa de apaños o apáñese con el factótum de turno o confiese en su plica que la mejor parte de su cuerpo, la más deseada, tiene tan sólo 20 años –pero no canten nunca aquello de hace veinte que tengo veinte, no, acabados de dejar en el ponedero y calentitos-. Si usted tiene menos de cuarenta y a usted le gusta la fotografía, prepare la cámara, siéntese en el inodoro de su casa totalmente a pelo y que dispare. Con esta sencilla fórmula se le abrirá alguna que otra de las múltiples entradas falsas del parnaso. Pero si, en cambio, usted es una persona que hace malabares con la palabra, no deja que le oteen ciertas partes sino a su propia voluntad y elección, y, encima, no tiene cámara… tápese los oídos y muérdase las uñas antes de devolver la sarta de insensateces que, de por vida literaria, deberá escuchar o leer sobre su propia manera de acudir a los concursos.
Estamos en un trance en el que gran parte de lo irreal, de lo imaginario, de la fantasía, de lo impalpable, tan grandiosa parte que es casi el cien por cien, se apoya más en la concesión que en el motivo de la misma. Escriba usted una patata, siémbrela en el campo preciso y el octogenario de turno le dará el resultado. Recoja usted el premio y páguele con un ligero roce en sus nalgas o en su encorvada espalda. Ni da para más su sexualidad, ya a esas altas horas de la vida, ni su propia literatura. A libro malo, caballo viejo. Claro está que, como sucede con el de Cortázar, la historia puede novelarse de mil maneras diferentes, cambien de lugar el sexo, el género, el tipo de convocatoria, los gerifaltes que la explotan y obtendrán otros relatos de toma y daca. Pero existe algo que no deben olvidar, si desean subirse al pódium del éxito en pocos pasos, uno de los juegos más rápidos para obtener la gloria es aquel de los jurados uni o bipersonales, dispuestos a jugar, evidentemente –no hablamos aquí de ninguno de los que jamás abrirían partida-. En ese tipo de bufandeos, sucede muchas veces lo de los preservativos, póntelo, pónselo, en la justa variante de dámelo, y te lo doy. Así pues, sabidas desde siempre las normas de este bingo literario, cada vez más folclórico: hagan juego, señores, que una misma se compra los billetes, se monta al avión y se va a Pernambuco o lo que dice el chiste, a peinarse un poco de tanta ristra sucia y tan poca poesía. Los chorizos, los trepas, los enchufados, los mamapuestos, amigos míos, no existen solamente en la política.

6 de junio de 2011

HACER LA REVOLUCIÓN DESDE UN PISO DE CINCO ESTRELLAS



Quizás se asome al balcón y sin despeinarse apenas sienta en su rostro el viento de una revolución que en nada la afecta. Ella se coloca el vaquero, se lanza a la calle y, una vez en la plaza, levanta sus dos manos, en señal de aplauso, cada vez que el joven indignado lanza una consigna. Madeleine o Luisa de la Concepción, la señora de, pija nueva o nueva rica, como quieran llamarla, desespera su voz y grita, clama, corea. Sí, necesitamos un cambio a nivel mundial, no se puede consentir, no no es justo lo que sucede, yo ya lo dije, es una brutalidad que se os llame esto y lo otro y lo de más allá, maldito el que lo dijo. Bendito antes de ayer, cuando correspondía ser más ciudadana que nadie de Viñaduana de Abajo y palmear al compás del soniquete o contemplar con mantilla el folclore… Cuánta chaqueta al viento. Sabrá ella qué es ninguna de las necesidades que tienen los chavales, habrá pasado hambre alguna vez, aunque fuera el hecho de deglutir un chicharrón de menos o un palmito menos con queso de ese importado de las francias seculares. Pero sigue gritando y el rostro se le frunce y mira al de al lado y éste asiente, sí, la revolución es esto, esto es la paz, esto es el futuro y hemos de confraternizarnos, como cuando desde la mejor tribuna del football gritamos todos gol a una. Y se sienta en el suelo, cuidando que su Caroche, modelo que le cuesta casi como una chaqueta de visón, no se estropee demasiado, que una cosa es ser revolucionaria y otra tener que llevar de nuevo el modelito al tinte con lo que cuesta un vuelo a Miami y otro a Portugal y no se puede dejar de volar, que luego una cuenta cómo le va en cada sitio y el que no lo haya visto se trague la narración.  Y sacará el pañuelo, digo yo si lo sacará, para llorar si hace falta por los compañeros que apalearon en una plaza céntrica de otra ciudad, pero en su pañuelo, tal vez, bordadas se vislumbren sus iniciales. No puede ser de otro modo, así se ve en las películas en las que la chica sube en su coche rojo y, dispuesta a viajar, se despide del chico, asomando un pañuelo por la ventanilla.
Y eso es la revolución para algunos, el giro que ha de dar la historia, el pistoletazo inicial para una carrera que llegará hasta la paz y ella, sabedora de esto y de lo otro, se lo irá contando a todo el que se cruce por la calle, porque, al parecer, nadie comprende qué es eso de manifestarse en las plazas ni para qué o para qué no sirve e irá desgranando, una a una, todas las cláusulas de aquél grito, de aquella reclamación, hasta llegar a casa. Ya, en la acera, antes de entrar a la escalinata purpúrea que da justo debajo de su balcón airoso, sacudirá el polvo que se le quedó en el trasero, al sentarse en el suelo, no vaya a ser que Doña Rufifi la vecina del quinto, se dé cuenta de que va sucia. Arreglará las mechas que el viento desplazó y se mirará al espejito mágico que lleva en el bolso Armani, antes de bajar del ascensor. No es en el rellano sitio para reivindicaciones, eso era allá, delante del tiovivo, entre las jaimas y las mesas de los helados. Aquí no, cómo iba a ser lo mismo. En el edificio Flor de Lis 4 no, ahí no hay cambio posible ni se demanda nada, cada uno disfruta de los doscientos cincuenta metros lisos de apartamento que le corresponden, piscina, solarium, antena parabólica y bañera con hidromasaje. La semana que viene, quizás, si los indignados no cesan en su juvenil indignación, se dice, bajaré un ratito más. Me siento rejuvenecida, me hace más papel que llegarme a los baños árabes o que me hagan el masaje de cuero cabelludo o de espalda en Garden´s & Flower´s.



3 de junio de 2011

LA CUERDA FLOJA

Siempre dije que el orden de valores estaba haciendo el pino, pero los juegos malabares se complican y competen abiertamente con otros ejercicios de habilidad. Es sabido que más sabe el diablo por viejo que por diablo y nuestro gobierno es viejo. Un gobierno al que le hace falta remozar todas sus credenciales y quitarse la careta para ver bien la vida. Claro está que algunos prefieren diseñarla en sus sueños y se colocan presto el antifaz de descanso de un tránsito por las nubes y allá te las arregles Perico, que donde estoy no llega la miseria.
Bueno, pues hablando de ello, entro en la farmacia y el rostro se me queda tan tieso que ni la baba de caracol me es precisa para restar arrugas. La verdad es que un sistema así, como el que llevamos y a su pesar, me mantiene joven. Cada día una sorpresa diferente, lo mismo que al hacer el amor, lo que podríamos llamar en lenguaje actual, joder. Jodernos cada día con técnicas diferentes ameniza la lengua –siempre que esta no sea catalana, no vaya a ser que se nos inflen las papilas, el inglés es mejor o hasta el arameo, por qué no, para este quehacer insustancial que nos ambienta-, jodernos, sí, no se me asusten y pasen conmigo a la botica. Nada, que no se pueden dar los medicamentos que venimos tomando cada día, que tampoco se pueden dar los genéricos, que todos sobrepasan el precio aceptado por la inseguridad actual, que la seguridad social nos receta y cruzamos la calle o andamos tres o cuatro más y se abre el enigma: ¿volvemos al galeno a decirle, rogarle, increparle, que nos recete de nuevo y ponga nombre apellido fecha de nacimiento y tal de la criatura que hemos de tomar? ¿nos quedamos de piedra ante un farmacéutico también alucinado, al no saber qué hacer ni dónde telefonear? ¿nos conformamos con un medicamento fabricado en Colmenar de la Sorpresa o en Batiburrillo de Abajo y agachamos la testuz hasta llegar a casa, pensando que el citado engendrillo posiblemente lleve un cuarenta por cien del engendrazo preciso para curarnos de tantísimo abandono?
Salimos, con lo que nos han podido apañar, como el que yendo a por una ristra de chorizos no goza de bastante pecunio en su bolsillo y se vuelve con la tripa nada más, la suya que le ruge constantemente. Salimos, digo, y en ese justo momento nos viene la pregunta: ¿Qué coño valdrá el Rustipen que venía arreglándome la circulación, para que no pueda darse? Buenamente, y como perfecta aliada de conciencia, acude la respuesta: ¿Valdrá, como París, más que una mesa? Que una mesa repleta de gente, de gentuza, de chupaliendres, de notables inquisidores, de sabios lupaestrechas, de dios sabe cuántos, ochenta mil se dice, ochenta mil políticos comiendo, chupando, devorando, masticando, mordiendo y digiriendo lo que nadie logramos digerir. Y el Tanargial y el Rendiplen y el Tormirol y el Duplenax, todo, todo rebajadito, como un vino joven, no vaya a afectarnos la mollera y veamos duplicado lo que ellos se tragan.