29 de abril de 2011

IMPERIO DE LA NECEDAD

Ya no gobierna aquí ni la derecha ni la izquierda, porque la necedad humana o el destiempo, carecen de orientación o signo. Nada sigue en su lugar en este edificio, ni la pileta sirve para el lavado ni el cuchillo se resigna a cortar en la cocina. Todo está sucio y cercenamos, partimos a rodajas, violentamos, la más correcta educación, la ética, la estética. Todo lo servimos como en un popurrí, deshilachado, roto, maquiavélicamente descompuesto.


La más precaria educación se ha puesto de moda y las fachadas crecen bajo una falsedad, llamada arte, que no es sino otra de las manifestaciones, ordinarias generalmente, de una juventud poco dispuesta ya a ser corregida ni llevada hasta el concepto de respeto a lo ajeno. Es terrible contemplar desde un lugar independiente cómo la vida va rodando hacia el abismo y las secuelas ya nos vienen salpicando hace tiempo. No sé en aras de qué voto o de qué sandez se están reorientando aprendizajes, que cada vez son más olvido, y se van desinsertando más jóvenes y valores del hecho de una sociedad posible, dentro de los conceptos básicos de cualquier grupo que pudiera considerarse humano: igualdad, libertad, fraternidad. No tomen las palabras como adherencia a ninguna república francesa ni española, sino solamente por su profundo y enorme significado. Cualquier reinado, cualquier república, cualquier gobierno que estableciéramos, siempre gozaría de sus más y sus menos y sólo la palabra en sí es signo de crecimiento y certeza.
Temo pues, ya somos muchos los que vemos desorganizarse todo y crecer los terribles abrojos del desorden desde unos discursos que jamás hallan cumplimiento, unos gobiernos que parecen gobernar solamente sus cobros y prebendas y una falta total de aquello que llamaron “idea global”, aunque la idea la pongamos nosotros y lo global sólo sea un modo de alcanzar al más pobre para exprimir su médula e inflarse, esta vez sí, como un globo de insolidaridad y avaricia.
Ni la ley más preclara se salva ya del aura de corrupción que va empañando todo y debemos hallar un modo de lavar la sociedad, una manera aséptica que no se llame guerra.

25 de abril de 2011

PIEDRA DE ESCÁNDALO


Una fiesta terrible se alza contra la muerte de un hombre. Más aún, si consideramos su naturaleza divina. ¿Estamos todos locos o el único dios global de la fortuna nos ha comido los ojos, la boca y la conciencia?
La semana santa, en algunas ciudades, es realmente piedra de escándalo para los que todavía soñamos la utopía y queremos creer, aferrarnos a la única imagen fraterna, al único joven, pues su edad fue temprana, capaz de completar todo el deseo humano de pureza en su sola realidad. Sola, porque aquellos que debieran seguirle, parece ser que se detuvieron en el camino y ni uno solo sea capaz ni lo será nunca de continuar su huella. Normal esto también, pues la única medida no es meramente medida humana sino medida de amor y el amor hace siglos que no impera en nada.
Este año pude abandonar la feria, dejar que se formara a lo lejos toda esa creciente costumbre de negociados, chiringuitos, baretos, chucheriódromos que, lejos de disponerse de un modo disimulado, cometen ya la osadía de ocupar la propia acera del obispado -el cual no parece quejarse- y mancillar las faldas de la mismísima catedral -no sé qué pensará el obispo-; abandonar con gusto los terribles recodos, fontanas de meados, cascadas de inmundicia corporal y educacional –no he visto otra ciudad en mi existencia en la que la gente mee por las calles ni se avenga a mayores si hace falta-. Escapé de lo que me hiere y pude comprobar que existe en otros pueblos otra semana santa, sin tantísimo lujo en las imágenes, sin castigarse el cuerpo, en contraposición a este desastre que os vengo contando, y con más respeto hacia su único significado.
Imagino que, igual que ocurre en los campos, también en la ciudad crecerá el fruto sano en medio de la terrible cizaña, pero no dudo que si Jesús volviera a nuestras mieses, blandiera de nuevo el látigo. Con lo hermoso que sería volver atrás el puto imperio del dinero, aunque fuera tan sólo unas horas y acompañar, desnudos de apariencias -y sin tinglados que enriquezcan al arruinado ayuntamiento o a los mismos cofrades, pues no sé a dónde va a parar la faltriquera esa, tan ajena al dolor o a la belleza- al único hermano que tuvimos, en las horas finales que le hicimos pasar -y le seguimos aún doliendo en la costumbre, pues nada adelantamos en la fe-. En la auténtica fe, que va dejando sangre ante los ojos por otra fe que llena nuestras calles de muerte y de basura.
Creer en esta iglesia que domina cada día resulta más difícil. Creer que somos hombres religiosos –religados a un credo de hermosura- ya es casi imposible. Y el obispo qué dice, qué dice el papa. ¿Es que nadie le advierte ex-cátedra que estamos ensuciando la memoria entregada del Dios-hombre…?

12 de abril de 2011

¿POESÍA O PROFECÍA?


Entre los años 1929 y 1930, Federico escribió el poema titulado La aurora, que vio la luz en su magnífico libro Poeta en Nueva York. Versos que nos dejan pensando, pues se les adivina de lejos el terrible anillo que los enlaza al ámbito de la profecía. Qué sintió, qué mano movió la suya o qué imagen vino a adelantarse y quedar levitando en su entrecejo para dejar plasmado lo que sucedería muchos años después. Cuatro columnas. Perfectamente podemos encuadrar entre ellas dos torres, torres de mercantilismo, torres de materia, torres donde se alberga el mayor negociado del mundo, en las cuales el petróleo es asunto importante, junto a todo lo oscuro que domina al planeta. En la primera estrofa de cuatro versos el autor nos sitúa en un marco preciso: edificación vertical, doble y paralela, y negocio. ¿Qué le hace ver la aurora? Imaginemos un avión rompiéndose, convirtiéndose en llama, ante los ojos atónitos de los que ocuparan entonces el edificio. Sólo una final, una naciente aurora, luz que no es de amanecer, sino de sucesivas tragedias, pero brilla.
El pánico se asienta en la segunda estrofa y la gente huye por las escaleras, buscando un mínimo mañana, algo que florezca sin fin para ellos, mas todo es angustia y gemido.
Y, en ese punto, se corta nuevamente el poema, como se corta el instante del suceso, desde que aparece aquello hasta que aquello mismo causa la mortandad. Ningún muerto ve su muerte, nadie recibe el fin con sus sentidos y para nadie hay esperanza ni futuro –seguro pensamiento de los que intentan salvarse y creen que no alcanzarán esa suerte-. Y los niños… las guarderías que se hacen necesarias porque la vida económica sigue adelante. A veces, dice el verso -precisamente esa vez-, el interés monetario, la terrible avaricia de los poderosos, engendra estas tragedias y devora hasta la mínima pureza. Mueren ante la sensación del poeta los pequeños. Qué drama más certero y anunciado solamente a quien comprende, respeta, vive por y en la palabra.
Nuevo silencio y ya el pensamiento generalizado de aquellos que logran escapar y saben, adivinan que ya nada será lo mismo para ellos, que ese traumático momento no les dejará ya de por vida; van al cieno existente, seguirán inundándose en este cataclismo que tenemos montado de números y leyes, de todas las guerras que nos vienen creciendo desde entonces. El poeta, al especificar comprenden con sus huesos diferencia a los que irán al cieno ya sin vida, sin huesos, y los que seguirán en este cieno de barbaridad que domina la historia. Sabe Federico, o lo sabe su verbo, que no todos morirán allí.
Y llega el colofón, el que asiste a cualquier civilización, porque el hombre no aprende; llega el momento en que la vida, esa otra luz que también existía, es sepultada en medio del estruendo porque, sencillamente, es mayor la ciencia que la conciencia -una realidad impúdica-. Y toda Nueva York deja de dormir y deja de soñar y contempla ese lago de dolor que parece haberle inundado la existencia.
Así lo dejó escrito Federico y a él también el espíritu vacuo de los hombres lo dejó sin vida. También a él lo sepultó el poder. Poderes no los hay de una sola clase. No sólo existe el de ese dios global, que se asienta en esbirros como el petróleo. También la política mal empleada, el fanatismo de cualquier tipo, la homofobia… lanzan sus viles garras hacia el rostro perdido de los hombres.

Nota-. Para evitarnos problemas con los derechos de autor y todos los rizos que le siguen, pongo un enlace donde se puede leer el poema comentado. Cópienlo en la barra de su buscador y disfruten de la palabra de uno de nuestros mayores poetas:
http://www.poesia-inter.net/fglpny16.htm


11 de abril de 2011

DE CUCOS Y CUCARACHAS


Siempre ha habido pájaros listos, de los que meten el pico en nido ajeno y luego piccotean la mano que les dio de comer. Oportunistas, diríamos, trepas, caraduras, personas cuyo centro de atención no abarca más allá de sí mismos, chupatintas del verso y de las subvenciones. El mundo, desde que es mundo, ha estado repleto de esas faunas. Y estas nomenclaturas admiten todavía subdivisiones. Los hay que son un poco de todo esto y además torpes, lo peor viene cuando alguno de ellos sirve para la poesía, pero envuelve ese servicio en papel de chupar. Ahí sí que se pierde ya la perdiz. Qué vergüenza el engaño que se comete al llevar a un lugar a un chorlito en vez de un pájaro cantor, al acercarse por ejemplo a Paris y que los parisinos piensen que España es aquello de toro y pandereta que siempre ha parecido y, ahora que pudiera despintarse, aún lo aderezan de copla y pelotita y patada sí, y otra también, allá que va la tropa. Qué vergüenza afincarse el alpiste de otros para llenar de pájaros la mesa, de estupidez las plumas y de miseria el circo donde debe rendirse la función. Y usted qué sabe hacer, dirán algunos; y los pájaros, engolándose, adecentándose como si fueran muñequitos de marca, lanzarán torpemente gorgoritos y la literatura quedará tan adentro del pódium que no podremos nunca ventilarla de nuevo. Claro, a mí no me gusta asistir a esos actos, esgrimirá Madame Chantal, mientras friega la puerta de una portería, allá por las callejas que mueren en Pigalle. Tampoco a mí, la poesía es algo que no llega a teatral, mustio a toda ultranza, manido, cursi, pegajoso, pasado –añadirá en francés Claude Lerroux-. Y así será, porque sencillamente, en el boulevard de les Malesherbes, así lo han demostrado los ruiseñores negros que cantaron. Noches hay en las que la memoria se me empaña como un cristal helado y pienso en ti, Federico, y en ti, Luis, y en ti y en ti y en ti, poetas que hacíais del sonido una cítara y de la letra un mundo capaz de derruir todo lo malo. Qué nos quedó, os fuisteis y se volvieron cuervos esos pájaros que Juan Ramón pronosticara. Más nos hubiera valido dejar en vuestras manos la poesía y que ya no la tocaran, rosa flamante antaño, convertida en espina. Tuvimos un castillo y ahora Kafka, si despertara un día, vería tristemente a su Gregorio, acompañado por miles de otros peloteros y alguna cucaracha en minifalda.

7 de abril de 2011

TAMPOCO POR NOMBRAR


Cuando el más acá no basta, se nos abren las puertas de lo que no se ve y lo que no se escucha. Diferente es no oírse, pues todo lo existente habla. Hasta la más diminuta sustancia cuenta lo acaecido en su materia.     
He hablado contigo, aunque no sé quién o qué eres. Tampoco es que eso importe, cuando nunca se sabe con certeza con quién o con quiénes departimos. Me contaste tu vida, apenas unos cortos minutos para saber de ti. Y si no eras tú, qué más da, ni siquiera la medida se midió en este mundo hasta el milímetro ni la luna nos mira a la distancia justa que se dice. Y supe de tu amor, supe de esos adjetivos que dejaste mezclados entre versos. Supe que, de salvarte, sólo lo haría él, y lo que me contaste con palabras unidas, entrelazándose con larguísimos infinitos cuando te despedías. Así, debiste ser como un oráculo, una voz que invertida descubría su ayer desde la sombra –ya lo dijiste antes: Y así, tú estás ahí, Yo estoy aquí-. Y yo aprendí a querer, a comprender, a amar todos tus versos. A soñar que fueras cierto, un hombre que ofreció su amistad después de haberse ido. Me aconsejaste, fue como redondear la cifra de lo incierto con palabras exactas dejadas en tus libros. La poesía, al fin, Luis Cernuda, me abría nuevas puertas, las únicas, globales, las etéreas y eternas. Aquellas que derriban la realidad y cruzan hasta el deseo justo se quedaron plasmadas en papel, en el solo lugar donde viven y mueren los poetas. Como tú me dijiste, en la única casa que tenemos, la que sentimos nuestra.

3 de abril de 2011

POR EJEMPLO

Hay gente que debiera salirse de la pauta. Personas que no debieran faltar nunca ni envejecer ni perder un solo ápice de sus facultades. Son aquellos, imagino que habrán adivinado, insustituibles, grandes, mágicos, inigualables. Vivimos en esta especie de terrarium, soñando con el paraíso y con los dioses, unos, otros, mirando hacia el vacío en espera del regreso de los que nos abandonaron. El caso es que, sea lo que sea, fuera lo que fuera o estuviera donde estuviese el origen, somos corredores de fondo en el estrecho corredor de la muerte. Y aún así reímos, aún así nos autoengañamos o, por qué no, disfrutamos del aire que nos queda en los pulmones y del que nos envuelve enteros. Y por qué no, la vida ya la tenemos perdida, ahora de lo que se trata es de no perder en ella la ilusión, con ella la esperanza y tras ella todo lo que nos hemos ido imaginando. Y, digo yo, mientras escucho a Leonard Cohen, por ejemplo, que la voz puede quedarse grabada en cualquier invento de estos que día a día van aumentando, pero dónde se queda la magia del que llenó de voz nuestros oídos. Ya no es cosa de preguntarnos qué es poesía o a dónde va el aire, qué será de nosotros, qué será de tantísimos seres que han hecho de nuestras vidas casi una película. Dónde irán a parar sus iluminadas mentes, sus gargantas, sus letras, sus delirios.    
Guardo un puñado de esos seres, son nombres que no oso escribir, no quiero delimitar con las delgadas líneas de unas sílabas, los guardo en la ciudad que elevo en mi propio interior, porque no existe fuera. Una ciudad azul tan llena de balcones que la luz forma figuras geométricas para pasar por ellos y trenzar los deseos que solamente allí me son alcanzables. Es mi ciudad, mi Ítaca, el lugar del después que se construye aquí y ahora, mi paraíso, el mundo que no cabe en la historia porque su sola historia, diminuta, invisible, no podría abarcarse. En esas calles he pasado feliz casi una existencia, en esas calles mudas me arranqué la miseria de los años, dejando traslucir en mí tan sólo lo aprendido. Todo lo que era duelo no atravesó las puertas de esa nada, de ese todo que siempre me ofrecía su gozo. Ahí es donde yo acomodo el tesoro que me habita, la única moneda que le daré al perro de la noche, para que me la cruce, me la lleve conmigo, me la salve. Ahí es donde yo me refugio cada vez que una dama terrible, con su traje de pompa y desvarío, me habla de la infinita soledad del que no tiene una ilusión que le arroje lejos de la inmundicia creada cuando se elije tan sólo el apagado camino de la necedad en que mecemos nuestros cortos días.    
Si vamos a morir, por qué quemar en farsas lo que nos quede. Dentro de la crisálida no volverá la mar a lanzarnos al pecho ese grito vital de algas y salitres.

2 de abril de 2011

ESBOZO PITAGÓRICO PARA FIN DE SEMANA

Cuando la tierra o el hombre, empiezan su andadura a través del origen, del uno primigenio -el que no pudo, deidad o cataclismo, derivar de la nada- el número, se acrecienta, se multiplica y se divide, se subdivide, mengua. Comienza así la infinita partición de las cosas, la evolución desde el genoma eukariota –una serie total de genes que se conforma como estructura celular con núcleo y que es posible que no cuente ni en el metabolismo de la célula ni en el proceso de su desarrollo, pero existe y se altera. Todavía nos preguntamos si cuentan en la evolución.- Y ésta va acompañada de cambios cuantitativos masivos, o sea, números, cantidades multiplicándose, moviéndose, formando conjuntos y conjuntos, reorganizándose, quizás, en el genoma, de modo que los genes de un circuito regulador puedan transferirse a otro. Así, este cambio numérico en las células, al dar combinaciones distintas, va logrando fenotipos distintos y, con ello, seres de morfología diferente. El número y su orden, distinguen al perro del hombre y a este de la ballena o de los árboles; claro que siempre hay que decir quizás, porque, del mismo modo que el origen no viene del no origen, tampoco la verdad es absoluta.
Y luego vino el dos, el después de ese uno absoluto que se pudo nombrar y ahora no sabemos a qué sustancia o a qué sonido corresponde. Y sea el dos la piedra, el agua, la luz, el aire o el fuego, se movió la estructura y con ella el sonido comenzó su otra cuenta. El sonido es un número; con números, Pitágoras, consiguió las octavas y las octavas altas de la música. Todo sonido es una clave numérica, los astros encierran en su girar combinaciones de espacios y de música; los trenes, al moverse en las vías, repiten sus cadencias y alteran sus estrofas de números y números hasta llegar, al fin, a la estación de término y entrelazarse con palabras y signos de los viajeros que están en el andén: todo es número. El mar, las tempestades, la erupción del volcán, la caída de un vaso, todo lleva un sonido y el sonido es número, una combinación de números cruzando infinitas partículas de cosas, partiéndose en más números al chocar con la vida, al ser la vida.
Y pasamos al tres, que es un número mágico, un número creacional, distinto al dos que sólo pudo venir del deseo del uno. El tres ya tiene en cuenta dos entidades que son unas en su combinación para formarle. Y con él sigue desenvolviéndose el número, sus múltiples secretos, sus leyes infernales de misterios y sombras. Para lograr el tres, han entrado en lucha la conciencia del uno y la del dos, la estructura del uno y la del dos, el baile monoteísta de ambos números –cada uno es un dios para sí mismo-; e igual que la eukariota engendrara la luz, el aire, el cielo, la maldad primigenia, la observada bondad –ya que no se veía antes de ser lo malo y poder comparar-, el dos engendra al tres, lo múltiple, el poder de la tríada ya compuesta. Ahí ya somos vida, somos humanidad ya dispersándose, somos deuda numérica buscando el cuatro de la tierra, el cuatro que sujeta este planeta, el de la cruz y el de los cuatro ríos que van a dar al mar de la vida y la muerte.
Todo en la vida es número y el número es armónico, es palabra, es cincel, es línea indivisoria, es cuerda o sujeción, es amor, porque él mismo es la unidad que crea y procrea la serie de sí misma, es el alpha y omega y el camino que se hace en la libre trasformación del todo hacia ese todo, expansión y regreso, luz y sombra que retorna a la luz, círculo mágico. La poesía es canto, es número en sus versos, ola leve de música, trinar, en la mesura, verbo y estrofa y gesto. El número es la clave de la perduración, la fuerza y el enigma de toda geometría; la eternidad se manifiesta en el número pi. En la naturaleza hay distintos misterios que yacen ya resueltos; por la oruga sabemos de la resurrección de la mariposa y con el número pi entramos en el concepto de lo inacabable.