31 de marzo de 2011

DICEN QUE NADAL DESATA LA LOCURA

Así nos lo cuenta un titular en Yahoo. Contemplo lo que no se ve, puesto que la fotografía viene de espaldas y descubro los múltiples atuendos de esa locura, que pasan desde la indiferencia hasta el deseo altamente nostálgico, en los rostros de los que, a la inversa de mí, sí que contemplan el tesoro.    
Y así es, hoy en día, existe un tráfico atroz por las autopistas del bajo vientre. Cantidad de vehículos transitan por ahí, descapotables con rubias de lujo que pretenden cantar y creen que la voz comienza en la entrepierna, autobuses con viejos, camino de encontrar pareja en algún programilla de la tele, niños gráciles que desean triunfar lanzando alaridos, escritores a los que sólo resta preguntar si, al modo de algunas postales especiales, han escrito el relato o el poema, con la mano, la boca o vete a ver si sujetando el lápiz con la ingle. Priva aquello de usted qué sabe hacer, pero a la inversa. Es urgente invertir, no sólo en la arruinada bolsa: se hace necesario poner patas arriba todas las situaciones.     
Y, adónde llegaremos los que debajo de la toalla del entrene sólo tenemos una cosa oscura, algo que nadie logró ver, el instrumento de todos nuestros delirios, cruzado por una red de cables, parecidos al vello púbico. A dónde llegaremos los que usamos, para ser, la inteligencia. Me abro como el tenista la toalla y miro hacia la calle. De mis pechos van brotando poemas y de mi ombligo escapa una mirada que intenta retener el orbe. Nada se puede hacer, me digo. Nada pueden hacerte, me devuelve el eco. Nada dice nadie, puesto que nadie nada en la playa que yo estoy bogando ahora.    
Mañana miraré de nuevo las noticias y es posible que alguien haya llegado al cenit. ¿Alguna vez fui joven? Se me queda la duda, cuando escucho que ciertas editoriales buscan carne dieciochesca –por decirlo de un modo elegante- para asegurarse el éxito de sus publicaciones. Jamás llamaron a casa, jamás me preguntaron por lo que siempre se llamó literatura y ahora forma parte de la llamada industria cultural. No quiero dudar más, abro mi desgastado diccionario y busco: empresa. No vaya a ser que esté equivocada y ni siquiera un término tan al uso se deletree firme en mi mente. Santo Dios, ahora sé qué cosa no tuve yo en mi más entregada juventud, en el tiempo en que era más verbo que persona. En primer lugar el pequeño Espasa me dice que una empresa es una acción ardua y dificultosa que valerosamente se comienza. Mi comportamiento juvenil era realmente una empresa constante en la literatura. Me alegro y continúo leyendo: la segunda acepción sentencia: cierto símbolo o figura enigmática. No he visto lo que muestra Nadal, es un enigma para mí, el enigma de una gran figura, una figura enigmática. Creo que ya voy entendiendo qué cosa no cuadraba entre esas editoriales y mi ausencia tenaz en algunas de sus antologías: nunca saqué a la luz …    
Cierro el diccionario y me congratulo de pertenecer a la más sensata oscuridad. Quizás estuve equivocada y todavía tenga tiempo de remozar mi mente para ser totalmente cool. Voy a dejar a un lado estos comentarios. Ustedes los disfruten mientras entro en el Youtube en busca de algún video del balear. Una imagen, sobre todo si es placentera, siempre se dijo que vale más que mil palabras.


DE IDOLATRÍAS Y OTROS SÍMBOLOS DE TRES AL TRAPO

Habría que llegar hasta el origen. Estudiar la cadena no sólo de cromosomas o de palabras sino también de miedos que nos viene amarrando desde el principio, donde no fue directamente el hombre ni fue directamente la ley que nos aprieta ni lo fueron muchísimas de las cosas que nos han legado o nos han llegado.    
Planteada la idea de cuándo comienza un ser a ser humano dentro del vientre de la madre, yo me preguntaría cuándo comenzó el hombre a ser el hombre, sobre la madre tierra, o si realmente sigue siendo el hombre, si es o ha sido el hombre o, delicadamente, qué es el hombre o en qué consiste serlo.    
Hay gente que derroca lo de Darwin, pero observemos ese terrible afán que nos conduce al “repetitivismo”, repetición dramática e instantánea –basta que cualquier mediocre diga algo mediáticamente, digo mediocre como término medio o estándar hoy en día, para que desde Zafra a Perú, se repita, a la señal de ya, como si un ángel desbaratado hubiera descendido a iluminar la antorcha global-. Y este “moniqueo”, maniqueo también, existe. No así, las enseñanzas, que debidas a la extrema verdad transmitida, debieran perdurar. Seguimos siendo víctimas, pues víctima es aquel sobre cuya anatomía se sostiene la tradición, aunque no la haya originado, de una, cada vez mayor, idolatría. Y mira que en el Sinaí se dijo, hasta que retumbó en el propio esqueleto de la vida, aquello de no harás representación de mí… Y es una historia rara la que envuelve con su pátina blancuzca o “velosa”, puesto que vela igual que el velo ha cubierto por épocas, la cabeza de la mujer, la realidad que debiera ser , haciendo que ya no sea.     
No debiera representarse aquello que no se alcanza, pues hacerlo conduce a desobediencia y porque la única verdad, el ser en sí –hablo del credo de los que abanderan exhibiciones públicas de imágenes y muñequería religiosa-, el que es origen y final de todo, no admite metáfora. Se dijo: Yo soy el que soy. Una definición tajante, definitiva, atemporal, sin imagen.    
Así pues y a lo que vamos en la vida -misterio que no lograremos descifrar jamás-, es a la payasada, al deseo de olvido, al ninguneo de todo aquello que no reporta caudal, a la deificación acelerada –ya comenté sobre el repetitivismo y lo acuño- del único patriarca globalizado, dios cada día creciente, sol del este y del oeste y del norte y del sur –quién sabe cuántas advocaciones tenga ya- su majestad el dólar, la pela, el euro, la libra… Y, por si fuera poco, adorando otros símbolos y castigando a seres, a elementos vivos, a composiciones químicas que nos igualan, a soñadores sujetos a nuestra mismísima química del carbono, si no adoran al tiempo a signos del tres al trapo.     
¿Tendrán en sus cerebros tanta duda los papiones sagrados? ¿Infringirá la ley, si tienen los gorilas, aquel que no dé un beso a la hoja de plátano que sea su estandarte?    
No logramos saber dónde se originó la historia de lo que todavía somos, pero vamos camino del único chiquero final de nuestra mente: la imbecilidad.

29 de marzo de 2011

MAREMOTO DE SALA


No sólo existe lo denominado “tenis de sala”, también los maremotos, ola a ola, que no hola a hola, porque en los maremotos o en los juzgados no se suele saludar al contrario, más bien echarle oleaje al asunto. Pues, palabra a palabra, me voy quedando atónita en tanto en Higueruela de mar voy escuchando el último cuplé que canta la corista en una radio antigua y totalmente desvencijada. Y es que siempre creí que aquello de poder mentir, para defenderse uno ante la toga, tenía algo de extraño, algo que no cuadraba con otras enseñanzas impartidas en clase de pequeños, algo que no era correcto. Ahora he de afinar la contextura y decir que, todo lo legal, puede llegar a no ser correcto, cosa que no sucede a la inversa, por lo que se me queda una cerradura sin llave o un femenino sin masculino –léase y viceversa también- en una sociedad en la que debe hablarse de modo políticamente correcto –no olviden lo de miembro y miembra-. Y dale que te doy a la pelota, lo que ayer sirvió para decir no, a modo de oráculo, hoy sirve para lo contrario. Un catalán diría: Noia, és que la pela és la pela. Y predicaría perfectamente lo que sucede: si ayer se contaron mentiras o se callaron verdades en pro de la euritis aguda que nos sacude, hoy se vuelven a contar, pero invertidas, para lograr subir al montoncito de monedas que, como en cualquier bingo, reluce ante nuestros asombrados ojos.    
Y qué vamos a hacerle. Una sigue, con las orejas, el partido, que es cosa de mirar también, y alucina. Alucina, repito, ante una substancia que parece flotar, llena de hongos, y extender una cuerda que va de lengua a oído, con la intención, al parecer, de ahorcarnos.    
Luego, calladamente, pues el silencio es fruto de esos oscuros maremotos sólo para el marino que puede señalar qué es verdad, dejamos el terrible y pegajoso alquitrán que arrojaron las olas, y la playa, para tomar café. Ya Dios dirá si es de razón que la mentira sirva para todo, o callará y, entonces, volveremos a ser los mismos soñadores, los mismos mal nacidos que aprendimos a amar y a creer en lo justo, los mismísimos imbéciles a los que todos los enanos les crecen de repente, y no tienen ya nada para poder, al menos, albergarles.    
Llamativa es al fin, la furia con que la tenista arroja contra todo su pelota, sin temblarle la mano ni la voz. Sea alabado el tiempo en que toda moral sea una sola, como se quiso antaño que el futuro existiera y no sé de qué modo se nos ha roto a muchos.

NOVELA Y GOOGLEMANCIA



Cuando le plantearon escribir una novela, jamás pensó poder acumular una retahíla tan larga de palabras que narraran algo coherente. Tuvo que desistir varias veces y no lo hubiera podido conseguir, de no ser que, si se quedaba en blanco, se jugaba la supervivencia de un felino crema, chato y pelo cepillo. No diría que tuvo que inventar el tema de aquella larga historia, eso se lo dejó al pasado o quizás al destino, la cosa es que, como el péndulo, es lo mismo lo uno que lo otro, a la hora de abandonar en sus manos lo que sea, pues ni lo uno ni lo otro tiene posibilidad de existir. Por eso ella confió en ese fantasmal quejido y se dejó deletrear. Ella sería la novela y lo invisible llevaría las riendas de su propio narrarse.   
Y ahí entra el modernísimo Google, el enorme fisgón y diccionario y enciclopedia y cajón de sastre. Quizás ella pensó encontrar algo que le fuera a cualquier tema elegido, y tal vez el buscalotodo se dijo, ahora no va eso, y le mostró otra cosa. Jolín, exclamó ella, esto me viene al pelo. Comprenderán que cuando cualquier persona deja algo en la palma de lo que no se ve, confiando en su serenidad, no le importe que un sistema de búsqueda le oriente hacia lo que no sabía. O acaso lo sabía. Sí, todo se sabe, aunque se haya olvidado. La escritora se complace en lo dicho y retorna a su memoria ida, para arrastrar de nuevo la pluma a los recuerdos, o es posible a la inversa.  
Y la sorpresa ahí, oculta tras la historia, pero llamando a veces y diciéndole a la autora, oye, que eso parece que va bien, que, tela marinera, cómo te está quedando, de esta te columpias y llegas a la prensa. Y ella, cabizbaja, anotándose, buscar ropa de época, analizar el comportamiento en ese milenio, investigar el tema de comida y las costumbres con respecto a las más importantes ceremonias. Y sin hacer caso al halago. Y la voz, entusiasmada ya, sorprendida de su propia sorpresa, insistiendo, chiquilla que te faltan dos cuartos, que dentro de nada ya está solucionado el desenlace, que la materia es guapa y va a gustar.   
Todo, gracias a esa incertidumbre del propio novelista, en este caso ella, y a la facilidad con que da el vaticinio el asombro, que viene a ser lo mismo que sorpresa pero en versión man, aunque, más que nada y por encima de todo, a la googlemancia y a su mando invisible y soberano.

28 de marzo de 2011

DE GATA A GATA (escrito para Rosario Troncoso)


Tuve un gato que, aunque no os parezca cierto, pronunciaba casi a la perfección aquello de papá y mamá, palabras con que se acostumbraba a llamar a los padres antes de la era del móvil. Quizás Malow, como no llegó a tener precisión de uno de ellos, no aprendió tampoco a pronunciar esto más actual de viejo, vieja, pa, ma o cualquier vocablo con k, apto para pantalla. La cosa, y no me quiero desviar, es que me apetece conversar, de gata a gata, con mi amiga Rosario. Es posible que, incluso, le proponga algo deshonesto, como hacer a medias una invocación, de esas que aparecían en los grimorios, contra las malas lenguas y ayudar así a los que desconocen el placer de entretenerse, en vez de despellejar al otro, leyendo libros curiosísimos, como el medieval Especulum Al Foder, anónimo catalán, si mal no recuerdo que, aparte de darnos un ejemplo de aprendizaje en anatomía, nos adelanta en algunas que otras acrobacias eróticas, o alguno más eterno, como el de las enseñanzas de Hermes Trismegisto.  
Pues sí, felina mía, la vida está, como se diría aquí y ahora, “muy enrevesá”, tanto que lo general es girar del revés, como se hacía con los cuellos, los trajes, los abrigos, en tiempo de guerra y posguerra, todo lo escuchado, para tener idea de lo que hay. Así pues, si alguna voz te dice sombra, ten por seguro que es sol lo que clama y no temas equivocarte al recomponer la audición. Por mi cuenta, este ojo de halcón se dedica a la interlínea. Hace tiempo que le he puesto sordina a la trompa de Eustaquio –a las de Falopio, ya se las puso la edad- y, en vez de unir sílabas rápidamente, según los propios percentiles, miro con las dos niñas que, ávidas de saber, me traen en sus cestitas todos los frutos comestibles y desechan los que los brujos y las brujas no aptos desean arrojarme contra ti, contra mí misma, contra todo dios creciente.  
Y nada más. Ver, tocar y callar y, en contra de aquello fabuloso y fabulado de “pues contigo me he de casar”, nada de bodas sino con una misma. No casarse con lo que diga nadie sino con lo que la propia pupila nos regale; y no cansarse. El éxito de los que tenemos oreja, bigote para husmear y rabo para hacer lo que nos dé la gana y transmitirnos mensajes de felino a felino, sin pronunciar palabra -ni una palabra más que las que pronunciaba Malow, que esas son pequeñitas, seguras y para siempre-, es no agotarse, no dejar que la pluma se la meriende otro gato, no andar por las pocilgas descuidadas, pues los cerdos se comen –o intentan comerse todo lo que les cae a lengua-. Si no que se lo pregunten al gran danés que tuve, Yambo, al que Rosenda –una de mis cerditas New Yersey- casi le deja sin lengua una tarde. Qué pena que otros órganos móviles, y menos sabrosos a todas luces, no puedan ya caer en la rosada, casi nidito de algodón, fresa templándose, boquita de Rosenda. Al menos sus palabras deslenguadas se hubieran reciclado en pro de la más popular gastronomía.

EL VERDADERO POETA NO SIRVE


Hablar de poesía es hablar de libertad, de no tener precio alguno en el mercado de los intereses paganos, de no admitir más dueño que la palabra. Así, solamente podremos hablar de personas fieles a la construcción de belleza e infieles, quizás, a lo establecido.  
Haciendo este armónico recorrido, me viene a la cabeza Alejandra Pizarnik. Hermosa como ninguna, su palabra, libérrima, en determinados casos punzante -casi en todos-. Una mujer que sufre y es capaz de incendiar su dolor debajo de imágenes, como de carboncillo, a veces. Casitas con solecitos y rayitos se mezclan con terribles metáforas plenas de oscura armonía. Todo su ser se va expandiendo al compás de sus palabras. Me atrevería a decir que, tal una de ellas, llegado al final del cuaderno, se borra.  
Pero no todo sucede igual, también y asociándola, existe La tierra santa. No vayan a creer que, de súbito, me bajé hasta esos lugares tan energéticos ayer y hoy continua fuente de consumo, no, me acerqué a su tierra santa, a su santísimo manicomio literario –en el real, ella ya no existe, es un ayer borrado, una paciente que logró completar el éxodo, alguien a quien no podrán atemorizar ya más-. Qué hermoso es y qué bellamente amargo, penetrar la metáfora de un poeta, más aún si el poeta está después, encima, debajo, en la cuerda floja de este mundo -que no tiene ni cuerda- y flota, sobre ella, como ave temible e indestructible. Ahí, sobre el dolor, el inmenso dolor, la casi desolación de su Tierra Santa, está ella, como estuvo antes, casi desnuda, con un collar de palabras rodeándole el mito de la carne y ahí se halla su sensualidad, su apetito, su voracidad de hermosura, su elegancia. Es difícil llegar hasta el fondo mismo de lo que ya no pronuncia, pero nos dejó escrito, la poeta italiana Alda Merini. Es complicado llegar hasta esa parte de ella que no podrá morir. Pero allí fuimos, allí pernoctamos, allí supimos de su sangre y de su viento. Allí la hicimos nuestra, como se hace nuestro a cualquier poeta, barajando las hojas de sus libros y deglutiendo todo su deseo.  
Casi saciados ya, pero impenitentes, irresponsable este ojo de halcón que nos domina, altanero, irreductible, esquivo -si hace falta- y dócil también -aunque parezca un pájaro contradictorio o sea un delicado Polifemo en busca de la sed-, nos encontramos ante una tercera mujer, Forugh Farrojzad. No lleva velo en el libro que está dentro de una vitrina. No lleva velo, cuando Mohsen ha de sufrir el avasallamiento de su padre, porque ha comprado un libro de la poeta y se duele también pues, luego de pegarle, se lo rompe. ¿Por qué lees eso? –le increpa-  ¡Es el libro de una puta! De una grandísima poeta, era el libro, de la mujer que se atrevió a pronunciar todo su pensamiento y su deseo, de la más grande madre de la poesía persa contemporánea.    
Y así el halcón, sudoroso de sed, alimentado por el violento verbo, tornasolado casi y deleitándose en las interlíneas vitales, vive. Sólo la muerte podrá cortar sus alas. Sólo la palabra lo resucitará en el último día. Él ya no tiene remedio, fue parte de esa ingrávida peregrinación que lo arrastró hacia el fuego, sin quemarle las alas.