6 de abril de 2012

LLUEVE SOBRE LA HIPOCRESÍA



No se puede afirmar, gracias a la naturaleza, rotundamente nada, pero la hipocresía en que navegamos estos días, después de los anteriores -no crean que es cosa de una semana-, se podría cortar en el ambiente como un queso con moho. Qué le queda de santa a esta semana que, inmersa en la coherencia del tiempo, ha resultado lluviosa, poco tormentosa a mi parecer y demasiado benévola, si es que existe Dios.

Frente a la hermosura de unas imágenes que, de tener auténtica fe, jamás se debieran haber esculpido -pues ya lo dice y bien claro la Biblia-, junto al sensacional aroma de inciensos procesionales y azahares de primavera, quedan huellas de grasa y de alcohol, maceradas en esquinas de orines y papeles vertidos por el suelo, deshechos de cualquier sustancia y palabrotas volando contra el aire.

No puedo negar que, cuando llegué a este clima, sufrí de escándalo, pues no sólo el sexo lo produce –esto lo dirijo a los hipócritas del sexto, y no hablo de torres ni de bloques-. Cofradías en las que se notaba de modo casi medieval, la pobreza o el lujo de las clases, faltas de respeto por todos lados, agresividad en las aceras, desfiles que han ido modernizando sus lacras y, hoy en día, son casi pasarelas emulando las comidas de diseño, mucho plato con poca ropa y mucha ropa con carencia de educación.

Qué le vamos a hacer, el más hipócrita llegará más alto, pero no allá, no en el ideal que, los que admiramos la doctrina, deseamos posible, no en las nubes, si es que existe allí esa Jerusalén Celestial tan añorada, sobre todo en los días en que la palabra se convierte en bostezo, con el consentimiento de una Iglesia que, transformada en museo o en atávico mercader fenicio, cobra hasta para acercarse al más pobre de todos los humanos, el que quiso de ella hacer su seguidora y le salió ajena, rana o como quieran llamarlo.

No niego que todo este montaje, albergue en su interior personas buenas, santas si lo desean, limpias, meritorias de homenaje ni que sirva para dar de comer a tanto necesitado, pero no me lo vendan sino como lo que ahora mismo nos muestra con su rostro.

Llueve y debiera haber diluviado sobre cada pensamiento nuestro, a ver si con las aguas se nos aclaran un poco las ideas, aprendemos de nuevo a leer o a olvidar, pero no a vender cacahuetes como si fueran perlas ni alfalfa por filosofía. Somos mayores ya y somos visionarios, deseamos soñar en un mundo posible en el que no nos cuenten mentiras retorcidas. Los sarmientos son útiles en las cosas del vino, nosotros necesitamos pan para poder creer de nuevo y nos lo queman.