3 de junio de 2011

LA CUERDA FLOJA

Siempre dije que el orden de valores estaba haciendo el pino, pero los juegos malabares se complican y competen abiertamente con otros ejercicios de habilidad. Es sabido que más sabe el diablo por viejo que por diablo y nuestro gobierno es viejo. Un gobierno al que le hace falta remozar todas sus credenciales y quitarse la careta para ver bien la vida. Claro está que algunos prefieren diseñarla en sus sueños y se colocan presto el antifaz de descanso de un tránsito por las nubes y allá te las arregles Perico, que donde estoy no llega la miseria.
Bueno, pues hablando de ello, entro en la farmacia y el rostro se me queda tan tieso que ni la baba de caracol me es precisa para restar arrugas. La verdad es que un sistema así, como el que llevamos y a su pesar, me mantiene joven. Cada día una sorpresa diferente, lo mismo que al hacer el amor, lo que podríamos llamar en lenguaje actual, joder. Jodernos cada día con técnicas diferentes ameniza la lengua –siempre que esta no sea catalana, no vaya a ser que se nos inflen las papilas, el inglés es mejor o hasta el arameo, por qué no, para este quehacer insustancial que nos ambienta-, jodernos, sí, no se me asusten y pasen conmigo a la botica. Nada, que no se pueden dar los medicamentos que venimos tomando cada día, que tampoco se pueden dar los genéricos, que todos sobrepasan el precio aceptado por la inseguridad actual, que la seguridad social nos receta y cruzamos la calle o andamos tres o cuatro más y se abre el enigma: ¿volvemos al galeno a decirle, rogarle, increparle, que nos recete de nuevo y ponga nombre apellido fecha de nacimiento y tal de la criatura que hemos de tomar? ¿nos quedamos de piedra ante un farmacéutico también alucinado, al no saber qué hacer ni dónde telefonear? ¿nos conformamos con un medicamento fabricado en Colmenar de la Sorpresa o en Batiburrillo de Abajo y agachamos la testuz hasta llegar a casa, pensando que el citado engendrillo posiblemente lleve un cuarenta por cien del engendrazo preciso para curarnos de tantísimo abandono?
Salimos, con lo que nos han podido apañar, como el que yendo a por una ristra de chorizos no goza de bastante pecunio en su bolsillo y se vuelve con la tripa nada más, la suya que le ruge constantemente. Salimos, digo, y en ese justo momento nos viene la pregunta: ¿Qué coño valdrá el Rustipen que venía arreglándome la circulación, para que no pueda darse? Buenamente, y como perfecta aliada de conciencia, acude la respuesta: ¿Valdrá, como París, más que una mesa? Que una mesa repleta de gente, de gentuza, de chupaliendres, de notables inquisidores, de sabios lupaestrechas, de dios sabe cuántos, ochenta mil se dice, ochenta mil políticos comiendo, chupando, devorando, masticando, mordiendo y digiriendo lo que nadie logramos digerir. Y el Tanargial y el Rendiplen y el Tormirol y el Duplenax, todo, todo rebajadito, como un vino joven, no vaya a afectarnos la mollera y veamos duplicado lo que ellos se tragan.