22 de junio de 2011

AMAR AL DE MANAGUA MIENTRAS APUÑALAS A TU VECINO


No forma parte esto de ningún mandamiento, pero es una de las realidades no decretadas más frecuentes. Elementos que se adhieren a cualquier movimiento con tal de salir en las fotografías y son capaces, a su vez, de desear hundir al vecino del cuarto, aunque no de conseguirlo siempre. Crea asombro, mucho asombro, ver cómo se colocan las insignias y acuden a aquelarres sin necesidad siquiera de escoba. Y la vida es así, claro está que, a quien la musa no le dio pañuelo, tenga que conformarse con inventar mentiras. Lo malo es que la gente se las cree; pesa más hoy en día la aparición de un caradura en cualquier estafeta de caridad que la verdad sencilla, claro está que el susodicho o, dígase susodicha, se adherirá a cualquier injustificante con tal de justificarse.
Señores, hace falta cultura y hace falta ética y hace falta dignidad y hacen falta también, por qué no, un par de narices para enfrentarse a la mentira y decir, claramente, no. Se escuchan y se leen quejas sobre lo que cuesta esto o lo otro, sobre todo lo que mantenemos sin desearlo ni ser de justicia que se mantenga, sobre lo que unos u otros derrochan a nuestro cargo, pero nadie se atreve a manifestarse seriamente contra las miles de contradicciones que nos rigen. No me refiero a la queja en boga actual de nuestra juventud sino a montones de otras que, en vez de gritarlas, vamos guardando día a día en el cajón de nuestra indiferencia. Casi todo está mal, no están mal solamente el estado o la iglesia, estamos mal nosotros y estamos mal porque nos hemos ido dejando colgar, palmo a palmo, la yunta. Y, en parte lo hemos consentido porque, cuando en la historia ha habido alguien, dígasele Jesús o Martin Lutero King o Ghandi o Guevara… que ha puesto su verdad en claro, siempre se ha encontrado el modo de oscurecerlo a la mayor rapidez. Siempre están las armas más primitivas al día para lograr el silencio y también las más derivadas. Somos una sociedad herida de muerte y una de nuestras enfermedades podríamos llamarla el síndrome de “JS Gaviota”. Persona que vale, patada y balón fuera, no se nos vea el plumero de la imbecilidad o de la inutilidad o de la incapacidad y las múltiples dades que se puedan dar.
Pero no nos desviemos, yo me pregunto, qué pinta en una manifestación por la paz o contra la violencia –no me adhiero a su apellido, porque las hay y bien gordas en todos los géneros y subgéneros posibles, hasta en los más diminutos y microscópicos animales- o contra la plaga de la araña o a favor de la ayuda a Irán o a Managua o a San Sebastián de la Comedia, una persona incapaz de compartir con los de al lado, incapaz de confesarse la verdad, incapaz de dejar que los otros sean felices, por envidia. No sé, pero me la imagino cargada de lazadas, de medallas, de rúbricas, de palabras que hoy dicen sí y mañana reniegan de sus propios vocabularios, en fin, como cuando yo antes criaba aficionadamente gatos persas y los llevaba a alguna exposición, con el pelito bien atusado, la cara bien lavada y en espera del necesario galardón y la fotito de turno. No, señores, ya no es tiempo de andar por las traviesas y dejarnos pisar por fanfarrones. Se ha de imponer la verdad o cualquier día, y será tarde, veremos a alguno de esos personajes encabezando, con su sonrisa de comadreja, cualquiera de las listas que pretendan gobierno y los más inocentes y los más pervertidos lo votarán y no podremos bajar a su nivel de falsedad y sonreír o al de su ruindad para intentar borrarlo del entorno.