30 de junio de 2011

FLORINDA Y SU PEONZA


Florinda era una chica de pueblo que deseaba tener una peonza. La peonza es algo que se deja lanzar y gira y gira y gira, como en una canción best-seller, en torno de la cuerda que, aparentemente, le va dejando libertad. Luego, llega la mano que la recoge de nuevo y la manipula a su antojo. La joven, calculaba el movimiento exacto en torno al que todo debía bailar para conseguir ser la reina del baile, la más famosa joven de provincias dentro de aquel tejemaneje de cuerda y de madera. Si había madera, evidentemente, y no era plástico lo que daba la forma a su juguete. La dulce Flor, la parloteante flor, la inculta floración que solamente acudía a posar ante cualquier objetivo, la dueña exhaustiva de aquella tragicómica peonza que, presa de atávico pavor, giraba en desmesura, no cesaba en sus números.
Yo conocí a Florita, no era frágil ni de sus pechos siempre manaba leche y miel. Bien guarnecida, casi caballar, dicharachera a ratos, relinchante otros, con deje afroasiático, como de estar mojando pan con vino, manejaba de acá para allá sus ilusiones y sus fatídicos despechos. La pobre peonza, de material cansino, barriobajero, pajiza en determinadas situaciones, despintándose ya sus rayitas de origen y sin marca, qué podía hacer sino permanecer en el enorme bolsillo del babero de aquella colegiala sin colegio y esperar el recreo y los fines de semana para saberse acariciada por la mano esponjosa y durísima de su dueña y señora.
Lori, deseaba llamarse, como hija de clan reconocido. Lori la del ropero de caridad. Lori la del estrado del deportivo. Lori la del descapotable. Lori la del segundo A de la finca mayor. Lori, continuamente Lori en manifestaciones, discursos, eventos, prensa, micrófonos y abadías.
Yo conocí a esa Lori, cuando dejó de ser Florinda Pérez para escribir en sus tarjetas de visita Lory P. de Monreal. Florinda Pérez de su pueblo, de su ciudad natal, que era como un pueblo, del garaje de debajo de los hijos de Micaela y de Damián que siempre habían sido porteros del billar de Monreal y, a turnos, cuidadores de la vieja señora Lupi la de Cornejo. Yo viajé incluso con esa Lori. A Lori le encantaba viajar con cupos del Hotel Caimán y de la red de aeronaves La Vencida. Era chic, todo era new wave en su lucrada presencia. Lory, la del mechón rojizo. Lory la de los pantalones pirata y la camiseta de “Reybook”. Cómo iba a ser menos.
Siempre me dije que esa chica llegaría a escribir. Siempre me apostillé que esa muchacha tenía cierto aire emblecarismediático, la dosis justa que se precisa hoy para alienar a esta sociedad mediocre en que vivimos. Me enorgullezco de poseer una visión tan preclara de futuro. Hoy, al fin, apareció en el mercado el primer tocho. Firmado por Lory P. pero ya no Lori ni Flori ni Florinda sino Lory y ni siquiera de Monreal sino de Massachusetts, redondamente Lory P. de Massachusetts –la P. al menos la había conservado, como la parte más profunda de su gramática personalidad-, ha venido a completar uno de los escaparates de la famosa librería monrealense “La pava acuática”, el volumen número uno de “Cantinelas de Abril y Mayo y otros meses”. Amenaza el tema con perseguirnos, cómo no, en mayúscula, en Enero y en Febrero y en Marzo o por doquier. No podía ser menos, su familia siempre fue así, dijeron otras voces, si uno tiene, ella, ha de tener más. El prólogo, qué pena que una peonza no sepa escribir, lo firma el que bailaba en ella. Tengan éxito.