2 de julio de 2011

DEBAJO DE LAS PIEDRAS


Levanta una y asomará un parado o un poeta. Así es España y así somos sus sufridores. No alcanzo a describir todas las variedades de gente inscrita en lo primero, pero la floración, en lo segundo, es altamente variada. Existen los poetas, es verdad, pero cuesta encontrarlos y esto no se contradice en absoluto con lo expuesto anteriormente. Una continua plaga de letriflojos, busca cámaras, trepalotodos, espejuelos, autofagocitenses, circulanos y mostradores, entre otros menos circunstanciados, menos especialistas, más híbridos, rodean, como una irrecuperable enfermedad, al auténtico vate. En breve pasaré a detenerme en cada una de las clasificaciones, inevitables en un país de toro y baloncillo, como es el nuestro.
Cómo identificar al letrifojo. Este espécimen, normalmente tiene un decir atiplado, engolado, su palabra se encuentra salpicada de floripondios eventuales que desdicen de la sub-prosa cantable que deja entre los folios. Abigarra mucho su materia para subir al encerado y siempre busca un distintivo, se le puede ver con sombrero o con pipa, con insignias de cualquier asociación en el ojete de la chaqueta, y un largo y repetido etc. Evidentemente no nos podemos detener en un pequeño artículo haciendo un estudio exhaustivo, por lo que nos conformaremos con dar unas cuantas pinceladas identificativas.
El busca cámara es más singular en su apariencia, suele peinarse más el día de autos, va siempre acompañado por material mediático, al que importa en base a su completa pesadez. Aparece en toda fotografía mirando hacia aquí, hacia allá, sin mirar, sonriendo, haciendo gestos diferentes de gravedad. Solemos tener suerte si los atrapados por su vistosa fama son sólo fotógrafos y no nos vemos en la necesidad de escuchar televisivamente sus verbos, diarreas y complejos.
Del trepalotodo no sólo se convierte en visual el momento de digerir su imagen y sus versos. Es tenaz, una de las variedades más constantes. Auto trabajador empedernido, vaya acá o vaya allá, como el del chiste del papa, siempre se le verá al lado del que cree poderoso con la sonrisa cándida, con la parla expandiéndose en todo tema, pasando sus referencias desde lo aprendido en su primera enciclopedia hasta lo enseñado a través de sus sensuales movimientos o incluso de sus propios escotes.
Los espejuelos también son de índole laboriosa. Miran acá y allá, leen a otros, disfrazan las palabras y las reflejan en sus propios especímenes de éxito ya contratado o perdedor innato. Amanuenses de lo ajeno, suelen colocar muchas veces sus obras antes que los que les sirvieron de base para trazar sus os sin un canuto.
Existen los autofagocitenses, aquellos de los cuales, si leemos sus obras, nos hartamos. Capaces de escribir desde uno a mil libros de lo que suelen llamar poesía, siempre dicen lo mismo y no bastándoles con repetir algunos de los títulos en ejemplares diversos, suelen mostrar un porcentaje de poemas repe. Claro está que, como especímenes distintos al auténtico poeta, no son tan localizables como otras familias bajopedrales, pues pocos son los que puedan gritar que conozcan totalmente sus obras.
Los circulanos son escribidores que funcionan en manada. Yo voy contigo porque tú vienes hacia mí. Yo te doy porque tú me has dado o me conjugarás el futuro. No sin mi colega, al que critico en privado o en público donde no esté, etc.
Existen mostradores no sólo en los bares, en los comercios, en las avenidas. Mostradores de red, de cuerpo, de conciencia. Suelen descubrirse en google, como también se encuentra allá agazapada la saga de los circulanos y de los busca cámaras. Otros de los especímenes comentados son de más oculta floración. Los mostradores muestran, dejan ante las pupilas su hacer, su ser, sus curvaturas, sus desnudos. Es típica en ellos una fotografía al lado de cualquier estrella mediática o un desnudo al lado de una bacinilla que ni siquiera se ha usado. Pueden verse con un lenguado entre los pectorales, a modo de vestido fluvial o una angula en la rabadilla, por aquello de ocultar un poco el carácter metrosexual de su poesía, a la que no se le puede arrancar ya ni un pelo más de tonta.
Ya, expuestas las principales variantes de todo lo que rodea, ahoga, desvirtúa, ensucia y ni lava ni plancha ni da esplendor a la poesía, sólo nos queda agregar que, como en las enfermedades mentales suele suceder y como en el ser humano suele acaecer, ninguna de estas especies se encuentra en estado totalmente puro, sino en una degeneración acuciante de hibridez, cada día más sofisticada e inmamable.