20 de junio de 2011

NO SOMOS CINCO O SEIS

Ayer, en mi ciudad, salimos muchos a la calle, pero no suficientes todavía. Todo necesita urgentemente un cambio, un buen lavado con centrifugado de política y de leyes. Banqueros, alcaldes, empresarios, precisan ser lavados de inmediato con un detergente de esos que neutralizan todo. Demasiadas bacterias acuden a comer mientras la ropa se va pudriendo sola.
Y no sólo de pan vive el que asiste a un festín no global, también vive perfectamente de marisco, de vinos, de egoísmo y de adorar a la fiera única que antaño se llamaba dólar y, casi casi, podríamos decir que ha llegado a denominarse euro.
Realmente curioso el desfile de ayer, un pasacalle al que restarán número y valía y en el que mucho asombraba ver a algunos que, habiéndose alimentado del ente que critican u obrado a su modo, parecen intentar que, en caso de cambio, también les alimente el otro.
Una hilera larguísima de personas, infinitamente superior a los desfiles por la paz o a las procesiones, fue llenando las calles. Nunca vi más reporteros filmando rostro y pies de los que estamos hartos de tanta incongruencia. Periodistas desconocidos unos, aficionados otros, algún que otro de los que venden a sus amos hasta el derecho invendible de sus fotografías, todos con el ojo de la cámara abierto, porque esto de quejarse del gobierno es algo que sucede por primera vez en masa, desde hace muchos años. Algo que, en el momento actual hacía mucha falta.
Cuando el euro, el dólar, lo que antes se llamó la pela, se monta sobre la espalda de los hombres y los doblega, juega con ellos a través de los múltiples orificios de unas leyes que no coinciden siempre -porque hay leyes de andar por los juzgados y leyes de andar por otros establecimientos monetarios que no sólo causan conclusiones ajenas a las de caminar por la ética sino que se dan de bofetadas las unas a las otras- no queda más remedio que poner el grito en el aire. Nunca comprenderé que algo que sirva para justificar la entrada en un juzgado no sea útil para comparecer ante determinadas dependencias dimanantes del ayuntamiento local. En fin, el que hace la cuerda sabrá cómo se desanuda el nudo.
Demasiada política en todos los estamentos, demasiados bolsillos en la sombra, demasiada fanfarria, demasiadas siglas, demasiadas frases hechas para ir deshaciendo la conciencia, la esperanza, la fe. Todo un batiburrillo de leyendas, especie, al fin, de propagandas, como si se apoyara eso de tome leche caucásica, la de más calcio o circule con la camiseta del terror, la más chic. Propagandas y leches y fastidios, para acabar peor que en una tiranía o en la descaradísima usura que ninguna ley persigue o en la imbecilización del televidente o en un trístisimo ensalzamiento de la vulgaridad, la mediocridad o la fracción alienante de un balón. Todo para echar fuera de sentencia las enormes pelotas de una inadmisible sociedad que nos viene pesando y forma parte ya del inaceptable envenenamiento de nuestros derechos más legítimos.