28 de junio de 2011

LA LEY DE LA ESCALERA



Este país no es el de la lista de Schlinder sino un país vulgar aficionado al tráfico de escalera. Unos suben mientras otros bajan y así con esa afición tan taurina y pelotera vamos hundiendo nuestra realidad y nuestra moral. Auténticas procesiones, pasos que se entrecruzan, unos que van perdiendo lo poco que les quedaba de su angosta miseria y otros que no declaran nada. Ahora zutanito, como es alcalde, se subirá el taitantos y menganita, como es política, no hará sus cuentecillas anuales, pero Perico, como vive en el cuarto de una ciudad sin ley, donde reina el griterío diario, suena la música de timbales y panderetas o de rap constantemente, la vecina sale a regar las aceras en bañador y nos despertamos con una catedral colonizada por la política de turno, amén de los ensayos, para un año después, de cofradías y demás espectáculos, se ahogará, no sólo entre la ardiente bruma veraniega sino entre cifras que jamás darán un gradiente sobre cero.
Un país de opereta, dijeron algunos, un país de miseria, apostillaron otros. Zapatero a tus descuidos, podríamos decir y el futuro qué nos deparará. ¿Retornará el derecho de pernada, si es que se abolió?, porque de ese deber de unos se sabe en términos literarios, en temas literarios, en realidades literarias. Es que somos esclavos; vasallos perennes de la ignominia, nos esforzamos en convertir todo lo que tocamos en cómic, en parodia, en reality show, como nuestra lengua, cada día más mestiza, en ripio, en asco.
Así, hora tras hora, las tiendas abren, se cierran, las calles se llenan, se vacían, los precios suben y las pensiones se congelan, con intención en algún lado de bajar. Pero siempre podemos llegar a ser alcaldes, a capitanear una lista electoral u obtener algún puesto fijo, sirviendo, si es que desde ahí se sirve, a quien debiera servirnos en vez de dominarnos. Siempre podemos llegar de fuera y gozar de privilegios que el de dentro no tiene, siempre podemos afiliarnos a algún lobby de poder, aunque normalmente hay virtudes que nos manifiestan a grito pelado su incompatibilidad con las alcaldías, su incredulidad hacia las listas, su movilidad frente a la displicente quietud del funcionariado y su mirada polar y no podemos salir para entrar de nuevo ni, por pertenecer, nos perteneceríamos ya a nosotros mismos, de no ser que lo único que nos aferra a la realidad es el sueño, el deseo, que diría Cernuda.
Nos dejarán desnudos, si es que nos dejan de algún modo y no inventan algo que me viene rozando las orejas hace tiempo. Algo que mermará la especie el día en que el dios global nos enseñe en su bolsa que somos demasiados. Es tan fácil hacerlo. Sólo se necesita trepar hasta el último peldaño y dar la voz. Ni siquiera hace falta tocar algún botón, los botones no saben de rostros ni de títulos.