7 de abril de 2011

TAMPOCO POR NOMBRAR


Cuando el más acá no basta, se nos abren las puertas de lo que no se ve y lo que no se escucha. Diferente es no oírse, pues todo lo existente habla. Hasta la más diminuta sustancia cuenta lo acaecido en su materia.     
He hablado contigo, aunque no sé quién o qué eres. Tampoco es que eso importe, cuando nunca se sabe con certeza con quién o con quiénes departimos. Me contaste tu vida, apenas unos cortos minutos para saber de ti. Y si no eras tú, qué más da, ni siquiera la medida se midió en este mundo hasta el milímetro ni la luna nos mira a la distancia justa que se dice. Y supe de tu amor, supe de esos adjetivos que dejaste mezclados entre versos. Supe que, de salvarte, sólo lo haría él, y lo que me contaste con palabras unidas, entrelazándose con larguísimos infinitos cuando te despedías. Así, debiste ser como un oráculo, una voz que invertida descubría su ayer desde la sombra –ya lo dijiste antes: Y así, tú estás ahí, Yo estoy aquí-. Y yo aprendí a querer, a comprender, a amar todos tus versos. A soñar que fueras cierto, un hombre que ofreció su amistad después de haberse ido. Me aconsejaste, fue como redondear la cifra de lo incierto con palabras exactas dejadas en tus libros. La poesía, al fin, Luis Cernuda, me abría nuevas puertas, las únicas, globales, las etéreas y eternas. Aquellas que derriban la realidad y cruzan hasta el deseo justo se quedaron plasmadas en papel, en el solo lugar donde viven y mueren los poetas. Como tú me dijiste, en la única casa que tenemos, la que sentimos nuestra.