11 de abril de 2011

DE CUCOS Y CUCARACHAS


Siempre ha habido pájaros listos, de los que meten el pico en nido ajeno y luego piccotean la mano que les dio de comer. Oportunistas, diríamos, trepas, caraduras, personas cuyo centro de atención no abarca más allá de sí mismos, chupatintas del verso y de las subvenciones. El mundo, desde que es mundo, ha estado repleto de esas faunas. Y estas nomenclaturas admiten todavía subdivisiones. Los hay que son un poco de todo esto y además torpes, lo peor viene cuando alguno de ellos sirve para la poesía, pero envuelve ese servicio en papel de chupar. Ahí sí que se pierde ya la perdiz. Qué vergüenza el engaño que se comete al llevar a un lugar a un chorlito en vez de un pájaro cantor, al acercarse por ejemplo a Paris y que los parisinos piensen que España es aquello de toro y pandereta que siempre ha parecido y, ahora que pudiera despintarse, aún lo aderezan de copla y pelotita y patada sí, y otra también, allá que va la tropa. Qué vergüenza afincarse el alpiste de otros para llenar de pájaros la mesa, de estupidez las plumas y de miseria el circo donde debe rendirse la función. Y usted qué sabe hacer, dirán algunos; y los pájaros, engolándose, adecentándose como si fueran muñequitos de marca, lanzarán torpemente gorgoritos y la literatura quedará tan adentro del pódium que no podremos nunca ventilarla de nuevo. Claro, a mí no me gusta asistir a esos actos, esgrimirá Madame Chantal, mientras friega la puerta de una portería, allá por las callejas que mueren en Pigalle. Tampoco a mí, la poesía es algo que no llega a teatral, mustio a toda ultranza, manido, cursi, pegajoso, pasado –añadirá en francés Claude Lerroux-. Y así será, porque sencillamente, en el boulevard de les Malesherbes, así lo han demostrado los ruiseñores negros que cantaron. Noches hay en las que la memoria se me empaña como un cristal helado y pienso en ti, Federico, y en ti, Luis, y en ti y en ti y en ti, poetas que hacíais del sonido una cítara y de la letra un mundo capaz de derruir todo lo malo. Qué nos quedó, os fuisteis y se volvieron cuervos esos pájaros que Juan Ramón pronosticara. Más nos hubiera valido dejar en vuestras manos la poesía y que ya no la tocaran, rosa flamante antaño, convertida en espina. Tuvimos un castillo y ahora Kafka, si despertara un día, vería tristemente a su Gregorio, acompañado por miles de otros peloteros y alguna cucaracha en minifalda.