25 de abril de 2011

PIEDRA DE ESCÁNDALO


Una fiesta terrible se alza contra la muerte de un hombre. Más aún, si consideramos su naturaleza divina. ¿Estamos todos locos o el único dios global de la fortuna nos ha comido los ojos, la boca y la conciencia?
La semana santa, en algunas ciudades, es realmente piedra de escándalo para los que todavía soñamos la utopía y queremos creer, aferrarnos a la única imagen fraterna, al único joven, pues su edad fue temprana, capaz de completar todo el deseo humano de pureza en su sola realidad. Sola, porque aquellos que debieran seguirle, parece ser que se detuvieron en el camino y ni uno solo sea capaz ni lo será nunca de continuar su huella. Normal esto también, pues la única medida no es meramente medida humana sino medida de amor y el amor hace siglos que no impera en nada.
Este año pude abandonar la feria, dejar que se formara a lo lejos toda esa creciente costumbre de negociados, chiringuitos, baretos, chucheriódromos que, lejos de disponerse de un modo disimulado, cometen ya la osadía de ocupar la propia acera del obispado -el cual no parece quejarse- y mancillar las faldas de la mismísima catedral -no sé qué pensará el obispo-; abandonar con gusto los terribles recodos, fontanas de meados, cascadas de inmundicia corporal y educacional –no he visto otra ciudad en mi existencia en la que la gente mee por las calles ni se avenga a mayores si hace falta-. Escapé de lo que me hiere y pude comprobar que existe en otros pueblos otra semana santa, sin tantísimo lujo en las imágenes, sin castigarse el cuerpo, en contraposición a este desastre que os vengo contando, y con más respeto hacia su único significado.
Imagino que, igual que ocurre en los campos, también en la ciudad crecerá el fruto sano en medio de la terrible cizaña, pero no dudo que si Jesús volviera a nuestras mieses, blandiera de nuevo el látigo. Con lo hermoso que sería volver atrás el puto imperio del dinero, aunque fuera tan sólo unas horas y acompañar, desnudos de apariencias -y sin tinglados que enriquezcan al arruinado ayuntamiento o a los mismos cofrades, pues no sé a dónde va a parar la faltriquera esa, tan ajena al dolor o a la belleza- al único hermano que tuvimos, en las horas finales que le hicimos pasar -y le seguimos aún doliendo en la costumbre, pues nada adelantamos en la fe-. En la auténtica fe, que va dejando sangre ante los ojos por otra fe que llena nuestras calles de muerte y de basura.
Creer en esta iglesia que domina cada día resulta más difícil. Creer que somos hombres religiosos –religados a un credo de hermosura- ya es casi imposible. Y el obispo qué dice, qué dice el papa. ¿Es que nadie le advierte ex-cátedra que estamos ensuciando la memoria entregada del Dios-hombre…?