31 de agosto de 2011

CHANCHULLOS QUE HACEN REVIVIR A LOS MUERTOS


Hay cosas que claman a los cielos y también dan el golpe de aldaba en los más silenciosos infiernos, pues bajo la tierra suele dormir el hombre –aunque sea la más callada metáfora de nuestra caduca carnalidad-. Ser poeta y morir en el intento para tan corta gloria como se montan en la tierra los aprendices de ganadero. Porque todos sabemos que seres hay de tantas clases como maneras de decir o de hacer y muchos de ellos trepan por escaleras desde donde, si existiera lo que se podría denominar justicia ética, caerían apresuradamente. Pues nada, hete aquí que, después de haber levantado una obra inmensa, un día llega la parca y te guiña desde la otra cara justa del espejo, te pegas el trastazo contra el vidrio y más allá te las compongas, Rafaela, cuando, años después, se te acerque el poetilla de turno al que antes de mirarte no conocía ni Dios padre, aparte, claro está, de su santa familia, y comienza a diseñarte homenajes a los que lleva como representación del país servil en donde encima se la chupan –claro que, de nuevo, metafóricamente, de no ser que sea también algún ser allegado, que esto suele suceder en todas las familias y países- a la churrera de la esquina, el lavacoches del parking del hipermercado, la diseñadora de flautas y timbales y el cerrajero que pasaba por allí.
Estamos hartos también unos cuantos de tanta miserable mentira y el del óbito, cómo estará. No creo en la buena fe de nadie que, amando a sus poetas, sea capaz de echarles el vertido. Más bien, serenamente, da la impresión de una querencia personal, una inflación de apellidos, seudónimos, galas inalcanzables sin la altísima rememoria del finado. Así vamos montando la vida, escalón tras escalón, porque, al parecer, ya no se hace camino machadianamente, paso a paso, sino piramidalmente, piso a piso. Trasiegos internacionales y nacionales con autobuses, barcos, aviones, empeñados en trasladar a gente de la propia cuerda, amigotes, cuñadísimos, piernabierteras, efebos, lamedores… eso sí, algunas veces sin overbooking, incluso de uno en uno. Qué remierda de país tenemos ya montado, qué escrófula de literatura, qué pudridero de valores, tanto lodazal que hasta es posible que la historia ya no tenga en la mano su cedazo, como la libertad jamás tuvo su pátina protegida contra la esclavitud de lo banal, lo pardo o lo mediático.