11 de septiembre de 2011

CARPE PREMIUM


La costumbre de todo el que practica el arte del chanchullo es señalar con la lengua al que no juega. La actualidad está falta de sorpresas, ya se presenta uno a los concursos pocas veces, que vienen a ser demasiadas. Existe una maraña entretejida entre las editoriales, jurados y receptores del pecunio difícil de destejer. No podemos acudir a premios importantes porque casi todos son tapaderas de las marcas editoras para la recolección de subvenciones y la publicación inamovible de sus propios escritores. Si nos presentamos a ellos, hacemos francamente el paria. Tampoco podemos participar en premios en los que las mafias literarias hayan formado grupo. Si asistimos ahí, daremos fe de la desfachatez de que el fulano de un concurso le entregue el galardón al mengano de otro y así sucesivamente. Sólo nos quedan los de abajo, pero en ellos existe otro tipo de problema, es posible que el tendero de la esquina, el boticario de la planta baja y el cura de la parroquia no entiendan que la poesía no es la rima insulsa sino otra cosa que bien puede escaparse de sus honrados cacúmenes. Así pues, veremos que los poepitos o rimachuflas, acuñación literaria similar a la denominada en política perroflauta o en religión papaflauta, llegan al ISBN más deprisa que nadie.
Personalmente no he sido nunca aficionada a los consejos, pero me gustaría orientarles un poquito, claro está que no siempre sucede así y, como toda regla, también esto tiene sus excepciones. Si ustedes quieren llenar con su presencia las páginas actuales, que no el futuro, de la literatura y son mujeres, no detengan sus manos ni sus cerebros ágiles en pensar qué es un hemistiquio o una cacofonía o cómo se acentúa un endeca de gaita gallega, no, por Dios, quién se detiene en eso hoy en día. Vayan, vayan a una de las grandes extensiones en las que rige la bestia del consumo y cómprense una camarita fotográfica con todas esas cosas de resolución, flash, teleobjetivo… y un buen conjunto de lencería sexi, o no se compren ni esto último y vuelvánse a sus casas, entren delicadamente en el dormitorio o la sala de baño, desentumézcanse de esos artilugios de la ropa, quédense como si fueran evas sin pecado ni farsa y disparen. El premio está cazado y caerá a sus pies en proporción inversa al número de años que luzca su desnudo, a más juventud, menos tiempo en tardar. Si usted es hombre, no dudo que conozca lo que debe hacer, quizás un poquito de  crema suavísima, por no decir la marca, o tal vez un meneo por las zonas oscuras de la noche.
Pocas veces importa la palabra, perdonen que insista, o quizás sea malo saberla acomodar en los poemas. Si la palabra sirve y se sirve a la palabra, el  diagnóstico es peligroso, pues entonces se despierta esa cosa que vengo en llamar “síndrome de Juan Salvador Gaviota” y sobre el que el amigo Cernuda ya nos decía “El español terrible que acecha lo cimero con la  piedra en la mano”.
Disculpen si alguna coma o mota de polvo no ha quedado en su sitio, cito tan sólo de memoria.