8 de mayo de 2011

FORÚNCULOS


Existen foros a los que denomino del más allá. Antros que, de tener algún valor real, serían terribles como fosos de alguna dictadura. No llegan a ese caché porque sus integrantes desconocen realmente qué es literatura y practican lo que vendría a llamarse la labor del versador medio entendido o del ensuciador de líneas prosaicas. Y ahí están, malversando poemas, ocultos como habitantes grisáceos de alcantarillas y permitiéndose ofender a cuantos inocentes, o deseosos de ser algo, caen ante la dentadura de su mafia. Seres que ni se asumen ni se ven, venidos de otras edades ciertas hasta escandalosas apariencias que en nada les retratan, enredan en sus telas con el misterio de no dejarse ver ni oler ni transpirar. Qué diferente el tono de otros lugares sanos o de incluso algunos que se venden a precio de diamante cuando sólo cristales solidifican sus versos, pero la tonta buena fe les labra lo que salmantica non prestat, porque natura non dat, evidentemente. Y así vagamos y vagueamos por la red, igual que por la vida, en busca de algún paraíso en donde la palabra sea muestra de respeto y de cordura –que no es aquí emblema sino de inteligencia y libertad-. Pero nos duele, nos apremia vencer esa costumbre sorda de que se vaya maleando lo que posiblemente sirve; de que sus leyes tengan, en sus terribles e ignorantes dedos, un pincel con el que domeñar lo libre y alzar, en lo ridículo, palabra. Debería existir, creo que existe, en el poeta real, legal, jamás contrito de la luz, cierta no asistencia a determinados lugares o cierta resistencia a esos inframundanos colmillos. Me parece tristísimo, que no irrisorio, que haya quien se precie de pertenecer a ese redoble de vulgaridades, pretendidamente partidarias de sectas alucinógenas cuya misión en la tierra parece ser la de exterminar la coherencia. Menos mal, insisto, que son linternas ciegas que jamás podrán adivinar el amplísimo territorio de la sed. Criaturas del hoyo que no pueden llegar hasta la iluminada noche de los verbos.