15 de mayo de 2011

EN LA MESA CAMILLA DE LA RED


Hablábamos unos en el famoso face, casinillo ya de nuestras domesticadas vidas, sobre el hecho de la protección de animales, comparándolo otros con el de las criaturas. Evidentemente, no es igual una mascota al hombre, como tampoco, si me apuran, es lógico llamar mascota a un ser vivo. Ambos tienen derecho a vivir, en eso es en lo que andamos, sabiendo perfectamente elegir a la hora de vernos en una disquisición.
Cada palabra tiene su bonanza y su cuchillo, así pues, no trataremos con equidad algo a lo que designamos con dejadez. Hemos de apurar más la sensibilidad en el lenguaje. Existen otros vocablos que tampoco inducen a un mejor trato de determinados especímenes, y no es que el ser humano, en su pasajera magnificencia carnal, desee destacarse de las bestias, es que tampoco es cosa de pasar de un reino de la naturaleza a otro o a una fábrica generalizada de hilaturas y tejidos: género. Me refiero a esa bendita manera de designar a la mujer en la política inversora –y aquí sí que se digitaliza bien el significado: inversora de valores e inversora en la bolsa-. Una mujer tiene de género lo que le cubra del desnudo en que la deja la politizada palabra, nada más. Sabemos bien que siempre se ha dicho de las cosas que son de género masculino o femenino, según su el o su la, pero, atención, a qué género pertenecerá el machito de la especie humana si el género sólo viene designando todo aquello referido a ella…
Igual ocurre ya al diferenciar determinadas aficiones -o trabajos-, mas, como entrar en esto sería vagar en el tópico, sólo me referiré, de paso, a que no suena igual decir una sacerdotisa que una poetisa, por mucho que lo acunen algunas que desean mantener la sumisión eterna de lo femenino sin apenas apercibirse de ello. Si llamarnos sacerdotas quedaría feísimo -porque el cerdo, que no asoma al pensamiento al contemplar el masculino, amanecería en todos los chistes mundiales, no prohibidos por otras pajas o gobiernos, al instante de haber pronunciado su versión femenina-, similar queda, tras el agravio histórico que vinimos sufriendo las escritoras o del burka intelectual que hemos portado a lo largo de nuestra diminuta historia, el hecho de denominarnos poetisas.
Así pues, navegando el mar de la palabra, hallaremos diferentes escollos, evidentemente, todos opinables, salvables, lavables y temporales. Islotes al gusto del gourmet de moda y conquistados algunos por las más delicadas miembras de nuestra actualidad.