29 de marzo de 2011

NOVELA Y GOOGLEMANCIA



Cuando le plantearon escribir una novela, jamás pensó poder acumular una retahíla tan larga de palabras que narraran algo coherente. Tuvo que desistir varias veces y no lo hubiera podido conseguir, de no ser que, si se quedaba en blanco, se jugaba la supervivencia de un felino crema, chato y pelo cepillo. No diría que tuvo que inventar el tema de aquella larga historia, eso se lo dejó al pasado o quizás al destino, la cosa es que, como el péndulo, es lo mismo lo uno que lo otro, a la hora de abandonar en sus manos lo que sea, pues ni lo uno ni lo otro tiene posibilidad de existir. Por eso ella confió en ese fantasmal quejido y se dejó deletrear. Ella sería la novela y lo invisible llevaría las riendas de su propio narrarse.   
Y ahí entra el modernísimo Google, el enorme fisgón y diccionario y enciclopedia y cajón de sastre. Quizás ella pensó encontrar algo que le fuera a cualquier tema elegido, y tal vez el buscalotodo se dijo, ahora no va eso, y le mostró otra cosa. Jolín, exclamó ella, esto me viene al pelo. Comprenderán que cuando cualquier persona deja algo en la palma de lo que no se ve, confiando en su serenidad, no le importe que un sistema de búsqueda le oriente hacia lo que no sabía. O acaso lo sabía. Sí, todo se sabe, aunque se haya olvidado. La escritora se complace en lo dicho y retorna a su memoria ida, para arrastrar de nuevo la pluma a los recuerdos, o es posible a la inversa.  
Y la sorpresa ahí, oculta tras la historia, pero llamando a veces y diciéndole a la autora, oye, que eso parece que va bien, que, tela marinera, cómo te está quedando, de esta te columpias y llegas a la prensa. Y ella, cabizbaja, anotándose, buscar ropa de época, analizar el comportamiento en ese milenio, investigar el tema de comida y las costumbres con respecto a las más importantes ceremonias. Y sin hacer caso al halago. Y la voz, entusiasmada ya, sorprendida de su propia sorpresa, insistiendo, chiquilla que te faltan dos cuartos, que dentro de nada ya está solucionado el desenlace, que la materia es guapa y va a gustar.   
Todo, gracias a esa incertidumbre del propio novelista, en este caso ella, y a la facilidad con que da el vaticinio el asombro, que viene a ser lo mismo que sorpresa pero en versión man, aunque, más que nada y por encima de todo, a la googlemancia y a su mando invisible y soberano.