29 de marzo de 2011

MAREMOTO DE SALA


No sólo existe lo denominado “tenis de sala”, también los maremotos, ola a ola, que no hola a hola, porque en los maremotos o en los juzgados no se suele saludar al contrario, más bien echarle oleaje al asunto. Pues, palabra a palabra, me voy quedando atónita en tanto en Higueruela de mar voy escuchando el último cuplé que canta la corista en una radio antigua y totalmente desvencijada. Y es que siempre creí que aquello de poder mentir, para defenderse uno ante la toga, tenía algo de extraño, algo que no cuadraba con otras enseñanzas impartidas en clase de pequeños, algo que no era correcto. Ahora he de afinar la contextura y decir que, todo lo legal, puede llegar a no ser correcto, cosa que no sucede a la inversa, por lo que se me queda una cerradura sin llave o un femenino sin masculino –léase y viceversa también- en una sociedad en la que debe hablarse de modo políticamente correcto –no olviden lo de miembro y miembra-. Y dale que te doy a la pelota, lo que ayer sirvió para decir no, a modo de oráculo, hoy sirve para lo contrario. Un catalán diría: Noia, és que la pela és la pela. Y predicaría perfectamente lo que sucede: si ayer se contaron mentiras o se callaron verdades en pro de la euritis aguda que nos sacude, hoy se vuelven a contar, pero invertidas, para lograr subir al montoncito de monedas que, como en cualquier bingo, reluce ante nuestros asombrados ojos.    
Y qué vamos a hacerle. Una sigue, con las orejas, el partido, que es cosa de mirar también, y alucina. Alucina, repito, ante una substancia que parece flotar, llena de hongos, y extender una cuerda que va de lengua a oído, con la intención, al parecer, de ahorcarnos.    
Luego, calladamente, pues el silencio es fruto de esos oscuros maremotos sólo para el marino que puede señalar qué es verdad, dejamos el terrible y pegajoso alquitrán que arrojaron las olas, y la playa, para tomar café. Ya Dios dirá si es de razón que la mentira sirva para todo, o callará y, entonces, volveremos a ser los mismos soñadores, los mismos mal nacidos que aprendimos a amar y a creer en lo justo, los mismísimos imbéciles a los que todos los enanos les crecen de repente, y no tienen ya nada para poder, al menos, albergarles.    
Llamativa es al fin, la furia con que la tenista arroja contra todo su pelota, sin temblarle la mano ni la voz. Sea alabado el tiempo en que toda moral sea una sola, como se quiso antaño que el futuro existiera y no sé de qué modo se nos ha roto a muchos.