28 de marzo de 2011

DE GATA A GATA (escrito para Rosario Troncoso)


Tuve un gato que, aunque no os parezca cierto, pronunciaba casi a la perfección aquello de papá y mamá, palabras con que se acostumbraba a llamar a los padres antes de la era del móvil. Quizás Malow, como no llegó a tener precisión de uno de ellos, no aprendió tampoco a pronunciar esto más actual de viejo, vieja, pa, ma o cualquier vocablo con k, apto para pantalla. La cosa, y no me quiero desviar, es que me apetece conversar, de gata a gata, con mi amiga Rosario. Es posible que, incluso, le proponga algo deshonesto, como hacer a medias una invocación, de esas que aparecían en los grimorios, contra las malas lenguas y ayudar así a los que desconocen el placer de entretenerse, en vez de despellejar al otro, leyendo libros curiosísimos, como el medieval Especulum Al Foder, anónimo catalán, si mal no recuerdo que, aparte de darnos un ejemplo de aprendizaje en anatomía, nos adelanta en algunas que otras acrobacias eróticas, o alguno más eterno, como el de las enseñanzas de Hermes Trismegisto.  
Pues sí, felina mía, la vida está, como se diría aquí y ahora, “muy enrevesá”, tanto que lo general es girar del revés, como se hacía con los cuellos, los trajes, los abrigos, en tiempo de guerra y posguerra, todo lo escuchado, para tener idea de lo que hay. Así pues, si alguna voz te dice sombra, ten por seguro que es sol lo que clama y no temas equivocarte al recomponer la audición. Por mi cuenta, este ojo de halcón se dedica a la interlínea. Hace tiempo que le he puesto sordina a la trompa de Eustaquio –a las de Falopio, ya se las puso la edad- y, en vez de unir sílabas rápidamente, según los propios percentiles, miro con las dos niñas que, ávidas de saber, me traen en sus cestitas todos los frutos comestibles y desechan los que los brujos y las brujas no aptos desean arrojarme contra ti, contra mí misma, contra todo dios creciente.  
Y nada más. Ver, tocar y callar y, en contra de aquello fabuloso y fabulado de “pues contigo me he de casar”, nada de bodas sino con una misma. No casarse con lo que diga nadie sino con lo que la propia pupila nos regale; y no cansarse. El éxito de los que tenemos oreja, bigote para husmear y rabo para hacer lo que nos dé la gana y transmitirnos mensajes de felino a felino, sin pronunciar palabra -ni una palabra más que las que pronunciaba Malow, que esas son pequeñitas, seguras y para siempre-, es no agotarse, no dejar que la pluma se la meriende otro gato, no andar por las pocilgas descuidadas, pues los cerdos se comen –o intentan comerse todo lo que les cae a lengua-. Si no que se lo pregunten al gran danés que tuve, Yambo, al que Rosenda –una de mis cerditas New Yersey- casi le deja sin lengua una tarde. Qué pena que otros órganos móviles, y menos sabrosos a todas luces, no puedan ya caer en la rosada, casi nidito de algodón, fresa templándose, boquita de Rosenda. Al menos sus palabras deslenguadas se hubieran reciclado en pro de la más popular gastronomía.