31 de marzo de 2011

DE IDOLATRÍAS Y OTROS SÍMBOLOS DE TRES AL TRAPO

Habría que llegar hasta el origen. Estudiar la cadena no sólo de cromosomas o de palabras sino también de miedos que nos viene amarrando desde el principio, donde no fue directamente el hombre ni fue directamente la ley que nos aprieta ni lo fueron muchísimas de las cosas que nos han legado o nos han llegado.    
Planteada la idea de cuándo comienza un ser a ser humano dentro del vientre de la madre, yo me preguntaría cuándo comenzó el hombre a ser el hombre, sobre la madre tierra, o si realmente sigue siendo el hombre, si es o ha sido el hombre o, delicadamente, qué es el hombre o en qué consiste serlo.    
Hay gente que derroca lo de Darwin, pero observemos ese terrible afán que nos conduce al “repetitivismo”, repetición dramática e instantánea –basta que cualquier mediocre diga algo mediáticamente, digo mediocre como término medio o estándar hoy en día, para que desde Zafra a Perú, se repita, a la señal de ya, como si un ángel desbaratado hubiera descendido a iluminar la antorcha global-. Y este “moniqueo”, maniqueo también, existe. No así, las enseñanzas, que debidas a la extrema verdad transmitida, debieran perdurar. Seguimos siendo víctimas, pues víctima es aquel sobre cuya anatomía se sostiene la tradición, aunque no la haya originado, de una, cada vez mayor, idolatría. Y mira que en el Sinaí se dijo, hasta que retumbó en el propio esqueleto de la vida, aquello de no harás representación de mí… Y es una historia rara la que envuelve con su pátina blancuzca o “velosa”, puesto que vela igual que el velo ha cubierto por épocas, la cabeza de la mujer, la realidad que debiera ser , haciendo que ya no sea.     
No debiera representarse aquello que no se alcanza, pues hacerlo conduce a desobediencia y porque la única verdad, el ser en sí –hablo del credo de los que abanderan exhibiciones públicas de imágenes y muñequería religiosa-, el que es origen y final de todo, no admite metáfora. Se dijo: Yo soy el que soy. Una definición tajante, definitiva, atemporal, sin imagen.    
Así pues y a lo que vamos en la vida -misterio que no lograremos descifrar jamás-, es a la payasada, al deseo de olvido, al ninguneo de todo aquello que no reporta caudal, a la deificación acelerada –ya comenté sobre el repetitivismo y lo acuño- del único patriarca globalizado, dios cada día creciente, sol del este y del oeste y del norte y del sur –quién sabe cuántas advocaciones tenga ya- su majestad el dólar, la pela, el euro, la libra… Y, por si fuera poco, adorando otros símbolos y castigando a seres, a elementos vivos, a composiciones químicas que nos igualan, a soñadores sujetos a nuestra mismísima química del carbono, si no adoran al tiempo a signos del tres al trapo.     
¿Tendrán en sus cerebros tanta duda los papiones sagrados? ¿Infringirá la ley, si tienen los gorilas, aquel que no dé un beso a la hoja de plátano que sea su estandarte?    
No logramos saber dónde se originó la historia de lo que todavía somos, pero vamos camino del único chiquero final de nuestra mente: la imbecilidad.