26 de julio de 2011

LA INSIGNIFICANTE PECHUGA DE LA BO




Siempre se dijo que la semántica no engaña. Con respecto a la equivocación sufrida en determinado periódico, en el que se toma a la alcaldesa valenciana por la directora de la cárcel de Palermo, podríamos decir que se trata de un caso de semántica en ciencias cognitivas, puesto que el oyente se ha quedado con el cante de los famosos trajes del ex presidente y lo que nos hubiera podido suceder a cualquiera de nosotros en idéntico caso. Y ahí, vamos, no les parezca tan ilógico: señoras al mando, trajes de diseño, presidiarios… Todo un silogismo desarmado, como a esta época corresponde. Indignación desarmada, educación desarmada, economía desarmada y armamento para cubrir todo lo que debiera descubrirse. Conste que nada tengo contra nada, pues nada me es sino ajeno, distante, incomprensible.
Un país de borricos es lo que somos, un país de ilegales, amplío la extensión  -como hiciera ante uno de nuestros dirigentes, en cierta ocasión, un árabe que pretendía reconquistar Al-Ándalus-, y digo: un mundo de ilegales es lo que somos, en el que se castiga que un personaje, listillo, al que no justifico, robe las dentaduras de los muertos, sus pinceladas áureas que, al fin y al cabo, regresaron al suelo, y los vivos nos dejen a todos sin masticar. No quiero referirme al mundo de los que todavía respiramos, pese a ellos, sino a los otros vivos, a los caraduras, a los potentes invasores de la coherencia, de la fraternidad, del derecho del ser humano a su propia dignidad.
Llegada a este punto, ya no sé si me he deslizado a otro tipo de semántica o no, pero puedo asegurar que hoy en día el significado de muchas palabras dista mucho de adaptarse a la realidad que señalan. Hagamos una prueba: ¿Quién tiene la razón? ¿Quién triunfa? ¿Quién es signo de buena literatura? ¿Quién representa a un país en lo que fuere que venga al caso?... Más que el número pi, más que su numerosa sarta de cifras decimales, más que sus ilimitados errores, más que las prohibiciones de una o de otra Rita, más que los euros para convalidar los trajes, más que los dimes y diretes de una congregación de monas mirando los reality show de la caja banal, serían los signos inaplicables a los objetos que debieran significar y los sujetos… ay, los sujetos que nos tienen amargados… Ochenta mil políticos y más y más y más, des-significando el capital y des-significando el bolsillo proletario y des-significando la diestra, y lo siniestro es que tenemos que mamarla. Y aquí, señores míos, no se trata tampoco de la alegre pechuga de la Bo ni de la delicada teta de una madre, porque España, amigos míos, hace tiempo que ejerce, en el mejor de los casos, de madrastra.

21 de julio de 2011

COMO UNA INMENSA CUEVA


Realmente en la tierra existe un dios, algo que es lo único global, el dueño totalitario del planeta, eso a lo que todos tienden y por lo que tantos darían no su vida sino la de otros –podemos conjugar la frase en cualquier tiempo verbal-. El dinero, el capital, la riqueza o como lo queramos llamar es ese dios materialmente omnipot y omnipres “ente” al fin y al cabo.
Y no se salva nadie de caer ante sus oscuros oráculos. Señores, hasta los que dicen servir, representar, ser casi casi la voz de Dios, custodian sus poderes. Qué decir ante los inmensos tesoros de la santísima y discutidísima iglesia. Qué pensar ante el montoncillo de euros preciso para traer al país al Sumo. Pero… ¡por la naturaleza, por los que pasan hambre, por los niños que mueren a diario sin pan, sin agua, sin…! ¿Es que ese hombre no se da cuenta? ¿Es que puede creer en lo que dice, dejando que suceda lo que sucede?
Yo no creo en su dios efecto, no creo en su persona, no creo en lo que dice creer del modo en que parece creerlo. Su Dios causa era todo un signo de pobreza, el signo. ¿En qué inmensa cueva habitamos? Ni la sombra que vislumbrara Platón se adivina desde esta caverna. Me viene a la memoria una pequeña historia que narraba mi madre hace años y cuya conclusión era qué pensaría Jesús, si volviera a la tierra de momento, y viera en qué brutal negocio se ha convertido lo que humildemente comenzara a lomos de una burra… Todo lo que fue sencillez, desnudez de atavíos, fraternidad, sanación, convertido en ellos sabrán qué.
No me lo puedo creer, exclamamos tantas veces ante cualquier noticia. No puedo acostumbrarme, mi lógica no concibe, mis ojos se escandalizan, cuando observo lo que no observa nada de lo que debiera ser representado. Casi estoy bajando todavía del tren que me llevó a Madrid, en donde pude comprobar una vez más que el arte ya no es el arte sino otro modo de recolectar al dios, de percibir al dios global dentro de los bolsillos, de santificar nuestro delirio a base de sus santísimos billetes y sus venerables monedas. Quise entrar en un museo a ver la exposición de un interesante pintor, bueno pues el pase que quedaba era a las diez de la noche, cuarto de hora de asueto entre los lienzos y fuera, que el pedazo de la divinidad pagada no daba para más. Que lo vean sus muertos, si es que comulgan con esa osadía que envuelve hasta lo sacro actualmente. No adoro al dinero ni entrego en su loor estampas ni medallitas con el signo del euro en su faz y en su envés. Si el arte que encierran los museos, las catedrales, cualquier enclave, solamente es signo de enriquecimiento para aquellos que reciben sus prebendas, allá ellos. Todavía existen las montañas, los árboles, los ríos, los paisajes, son obras del pintor naturaleza, que no cobra en euros la armonía.
No he querido decir que no ame cualquier manifestación de la belleza, se halle donde se halle; que no llore el sucio mercantilismo en que ha caído todo; que no me llene los ojos de preguntas el hecho de observar un tesoro catedralicio y luego que, en el telediario, vuelvan a la pantalla esos críos pequeños deshidratados, muertos, sin derecho a vivir. ¿Qué sucede en la mente de los más poderosos, bien sean del estado o las iglesias?… He hecho una pregunta.

4 de julio de 2011

SOBRE METÁFORAS Y DECIRES


Una cosa es decir: tengo una cría de cuervo en el sobaco, con lo que el lector ya sabe que, sea lo que sea, le sucede al poeta. Por sucia o por novedosa que nos parezca la metáfora, metida la susodicha cría en cualquier recoveco de la humana figura, indicará claramente que al autor le inunda algo que pudiera llamarse en la calle desazón, por ejemplo. Pero he aquí que la metáfora no siempre va hacia uno y, fiera de muchos caminos, el que pueda verse en ella reflejado no siempre será aquél o aquella al que el espejo poético quiso hacer receptor de su agirasolada palabra. Es decir, casi nunca se llegará a entender lo que quiso decir el poeta. Se tiene que andar mucho en la poética ajena, se tiene que haber repasado muchas veces el universo simbólico de un escritor, para dar en la tecla. Evidentemente, el que escribe camufla las disonancias con hermosos decires y suaviza la hermosura no en boga bajo duras, aunque luminosas, imágenes que transmitan una sensación, la que siente en ese exacto momento.
Escribir no es llorar hacia dentro, sino llorar, fuera de uno, en el triste mundillo que nos rodea. Hacia dentro no llora sino aquel al que le basta transmitir una tanda de sucesos, diarreas, dolencias, deseos, picores propios para, con ello, sentir su pobre espíritu más inflado, más leve, más cazador de mediocres en busca de un autor. El verdadero poeta llora su existencia entre tanto becerro de oro, pero no la transcribe con unipersonalidad, no la vierte en el caldo sublime de la poesía. Su poesía se duele más allá, se impregna más allá, llega de más allá y regresa al silencio del lector, sin nombre, sin apellido acaso, sin posesión ni propiedad alguna.
Sé de gente que, por un bórrame allá las letras, es capaz de montarle a uno un funeral, silenciarle por siempre, abarrotarle, por una falsa alarma y falsamente. Al verdadero poeta no se le puede callar ni con un tiro en las ingles, siempre nos quedará su verso, siempre nos quedarán sus sueños, siempre nos quedará su voz, que ya no será solamente su voz sino la voz de un pueblo, la insilenciable voz del deseo de todos, de la amargura nuestra, de toda la miseria que llevamos y de la enorme suerte de haber podido contemplar las cosas.
Escribir es una puerta abierta hacia ese pozo franco que comienza después de haber callado. Nadie ha podido nunca arrancarnos los versos. Nadie sabrá jamás llegar hasta el último escalón de la metáfora propia. Nadie podrá sajar el glorioso dolor de haber vivido en el centro ultimísimo de la voz. A nadie roba nada el que confía en una sucesión de letras que, mucho más certeras que ese número pi, tan discutido ahora, forman escalas ciertas en la música. Ser poeta es rozar apenas una célula de la única razón precisa para sentirnos vivos. Tan sólo una célula, pero, como dijo Arquímedes, ese punto de apoyo capaz de levantar el mundo.

2 de julio de 2011

DEBAJO DE LAS PIEDRAS


Levanta una y asomará un parado o un poeta. Así es España y así somos sus sufridores. No alcanzo a describir todas las variedades de gente inscrita en lo primero, pero la floración, en lo segundo, es altamente variada. Existen los poetas, es verdad, pero cuesta encontrarlos y esto no se contradice en absoluto con lo expuesto anteriormente. Una continua plaga de letriflojos, busca cámaras, trepalotodos, espejuelos, autofagocitenses, circulanos y mostradores, entre otros menos circunstanciados, menos especialistas, más híbridos, rodean, como una irrecuperable enfermedad, al auténtico vate. En breve pasaré a detenerme en cada una de las clasificaciones, inevitables en un país de toro y baloncillo, como es el nuestro.
Cómo identificar al letrifojo. Este espécimen, normalmente tiene un decir atiplado, engolado, su palabra se encuentra salpicada de floripondios eventuales que desdicen de la sub-prosa cantable que deja entre los folios. Abigarra mucho su materia para subir al encerado y siempre busca un distintivo, se le puede ver con sombrero o con pipa, con insignias de cualquier asociación en el ojete de la chaqueta, y un largo y repetido etc. Evidentemente no nos podemos detener en un pequeño artículo haciendo un estudio exhaustivo, por lo que nos conformaremos con dar unas cuantas pinceladas identificativas.
El busca cámara es más singular en su apariencia, suele peinarse más el día de autos, va siempre acompañado por material mediático, al que importa en base a su completa pesadez. Aparece en toda fotografía mirando hacia aquí, hacia allá, sin mirar, sonriendo, haciendo gestos diferentes de gravedad. Solemos tener suerte si los atrapados por su vistosa fama son sólo fotógrafos y no nos vemos en la necesidad de escuchar televisivamente sus verbos, diarreas y complejos.
Del trepalotodo no sólo se convierte en visual el momento de digerir su imagen y sus versos. Es tenaz, una de las variedades más constantes. Auto trabajador empedernido, vaya acá o vaya allá, como el del chiste del papa, siempre se le verá al lado del que cree poderoso con la sonrisa cándida, con la parla expandiéndose en todo tema, pasando sus referencias desde lo aprendido en su primera enciclopedia hasta lo enseñado a través de sus sensuales movimientos o incluso de sus propios escotes.
Los espejuelos también son de índole laboriosa. Miran acá y allá, leen a otros, disfrazan las palabras y las reflejan en sus propios especímenes de éxito ya contratado o perdedor innato. Amanuenses de lo ajeno, suelen colocar muchas veces sus obras antes que los que les sirvieron de base para trazar sus os sin un canuto.
Existen los autofagocitenses, aquellos de los cuales, si leemos sus obras, nos hartamos. Capaces de escribir desde uno a mil libros de lo que suelen llamar poesía, siempre dicen lo mismo y no bastándoles con repetir algunos de los títulos en ejemplares diversos, suelen mostrar un porcentaje de poemas repe. Claro está que, como especímenes distintos al auténtico poeta, no son tan localizables como otras familias bajopedrales, pues pocos son los que puedan gritar que conozcan totalmente sus obras.
Los circulanos son escribidores que funcionan en manada. Yo voy contigo porque tú vienes hacia mí. Yo te doy porque tú me has dado o me conjugarás el futuro. No sin mi colega, al que critico en privado o en público donde no esté, etc.
Existen mostradores no sólo en los bares, en los comercios, en las avenidas. Mostradores de red, de cuerpo, de conciencia. Suelen descubrirse en google, como también se encuentra allá agazapada la saga de los circulanos y de los busca cámaras. Otros de los especímenes comentados son de más oculta floración. Los mostradores muestran, dejan ante las pupilas su hacer, su ser, sus curvaturas, sus desnudos. Es típica en ellos una fotografía al lado de cualquier estrella mediática o un desnudo al lado de una bacinilla que ni siquiera se ha usado. Pueden verse con un lenguado entre los pectorales, a modo de vestido fluvial o una angula en la rabadilla, por aquello de ocultar un poco el carácter metrosexual de su poesía, a la que no se le puede arrancar ya ni un pelo más de tonta.
Ya, expuestas las principales variantes de todo lo que rodea, ahoga, desvirtúa, ensucia y ni lava ni plancha ni da esplendor a la poesía, sólo nos queda agregar que, como en las enfermedades mentales suele suceder y como en el ser humano suele acaecer, ninguna de estas especies se encuentra en estado totalmente puro, sino en una degeneración acuciante de hibridez, cada día más sofisticada e inmamable.